Isolina largó el pucho, las piernas se le dormían, los brazos. Aire le faltaba. Pecho con tos circonvulsa. Latido galope. Ataques de locura, ningún pucho puede reemplazar un pucho.
Isolina fumaba
de la mañana a la noche. Como para ella la noche se unía con el día, fumaba la
vida. Prender y no necesitar ni un amigo, ni un novio, ni, ni, ni siquiera
nada. La mejor compañía, mirar algo con él y sentirse uno sólo con el humo
inhalado y luego exhalado. Es el punto G del fumador. El pucho es que si son
las tres, querés fumar y no tenés, agarras la bici y vas a la otra punta y
volvés con uno prendido y viento en contra. Cuando llegás uno para festejar,
otro para el café y después muchos, porque charlan los amigos y fuman.
Isolina los fue
odiando de a uno. Primero lo permitió y no pudo desdecirse. Pero sí puede
odiar. Eso no se ve, ni se dice. Sale sólo, pocos no creen. La mayoría sabe.
Isolina no les quiere explicar, se enteró que todos la odian.

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