Rasta tenía un traje tan viejo, que de atrás brillaba, marrón su corbata, difícil de anudar por los pliegues diarios. La camisa era beige y los zapatos marrón claro. Parecía la “nueva línea sorete de loreal”. Cuando Rasta se acercaba, con expedientes en mano, el compañero al que se dirigía, necesitaba ir al baño:
—Disculpá,
Rasta.
Tenía un olor a
chivo, que cuando daba vueltas por la oficina, para dejar su trabajo, llenaba
el aire con mezcla de olor a frito con almizcle. El Jefe se hacía presente cada
cuatro días, abría puertas y ventanas, la corriente generada, degeneraba el
oxígeno de oficinas contiguas. Cuando Rasta se acercaba, el Jefe sacaba su
pañuelo níveo y perfumado y se cubría la nariz. Rasta pedía un día libre y el
Jefe le contestaba:
—Aproveche para
darse tres o cuatro baños de inmersión, lávese los dientes, hablar con Ud es un
insulto.
Un día, todos
comenzaron a rascarse la cabeza. Imposible de disimular, no cabía duda, eran
piojos, dos se rascaron hasta sangrar. La pregunta que todos se hacían, era
quién llevó los piojos. Coincidieron que pertenecían al Rasta. Con ayuda del
custodio lo encerraron en el baño, lo dejaron en pelotas, mientras el custodio
lo manguereaba y le pelaba la cabeza. Los compañeros echaron sus ropas en un
quematuti. Hicieron una colecta y le compraron un traje, con camisa blanca y
corbata azul. Unos mocasines de oferta, color negro y ropa interior berreta,
pero nueva. Los secaron entre todos, le pusieron un aerosol desodorante en cada
axila. Una compañera podóloga, cortó las uñas de pies y manos. Rasta no
agradeció y renunció.
—Le han faltado
el respeto a toda la superficie de mi cuerpo. Ahora, yo digo, al que se tira
esos pedos de clausura ¿nadie le dice nada?
Lo vio el jefe,
con su imitación Nissan en un semáforo rojo y no lo pudo creer. Rasta se dejó
rastas hasta la cintura y con una musculosa y calzas rojas, hacía acrobacia con
ocho pelotitas de colores, mientras un monociclo activaba su velocidad. El Jefe
lo saludó:
—¡Hola Rasta!
Y le tiró mil
mangos. Rasta, sin mirarlo, ni abandonar su espectáculo, transformó el dinero
en papel picado. Un gargajo amarillo inundó la cara del Jefe.

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