domingo, 24 de marzo de 2024

ESQUINAS RESPETADAS

    Rasta tenía un traje tan viejo, que de atrás brillaba, marrón su corbata, difícil de anudar por los pliegues diarios. La camisa era beige y los zapatos marrón claro. Parecía la “nueva línea sorete de loreal”. Cuando Rasta se acercaba, con expedientes en mano, el  compañero al que se dirigía, necesitaba ir al baño:

   —Disculpá, Rasta.

   Tenía un olor a chivo, que cuando daba vueltas por la oficina, para dejar su trabajo, llenaba el aire con mezcla de olor a frito con almizcle. El Jefe se hacía presente cada cuatro días, abría puertas y ventanas, la corriente generada, degeneraba el oxígeno de oficinas contiguas. Cuando Rasta se acercaba, el Jefe sacaba su pañuelo níveo y perfumado y se cubría la nariz. Rasta pedía un día libre y el Jefe le contestaba:

   —Aproveche para darse tres o cuatro baños de inmersión, lávese los dientes, hablar con Ud es un insulto.

   Un día, todos comenzaron a rascarse la cabeza. Imposible de disimular, no cabía duda, eran piojos, dos se rascaron hasta sangrar. La pregunta que todos se hacían, era quién llevó los piojos. Coincidieron que pertenecían al Rasta. Con ayuda del custodio lo encerraron en el baño, lo dejaron en pelotas, mientras el custodio lo manguereaba y le pelaba la cabeza. Los compañeros echaron sus ropas en un quematuti. Hicieron una colecta y le compraron un traje, con camisa blanca y corbata azul. Unos mocasines de oferta, color negro y ropa interior berreta, pero nueva. Los secaron entre todos, le pusieron un aerosol desodorante en cada axila. Una compañera podóloga, cortó las uñas de pies y manos. Rasta no agradeció y renunció.

   —Le han faltado el respeto a toda la superficie de mi cuerpo. Ahora, yo digo, al que se tira esos pedos de clausura ¿nadie le dice nada?

   Lo vio el jefe, con su imitación Nissan en un semáforo rojo y no lo pudo creer. Rasta se dejó rastas hasta la cintura y con una musculosa y calzas rojas, hacía acrobacia con ocho pelotitas de colores, mientras un monociclo activaba su velocidad. El Jefe lo saludó:

   —¡Hola Rasta!

   Y le tiró mil mangos. Rasta, sin mirarlo, ni abandonar su espectáculo, transformó el dinero en papel picado. Un gargajo amarillo inundó la cara del Jefe.

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