miércoles, 22 de enero de 2020

LOS COLORES DE LAS FLORES


   Nació en el campo y en esa casa la parió la Madre, pero Julia, nonata, ayudó bastante, su Padre se desmayó. Él salió montando a los rajes, si hubiera sido un varón, con el nombre de su Abuelo Amadeo, pero siendo una mujer se sintió estafado.
   No quiso tener más hijos, por miedo a que salieran mujeres. Para no sentirse tentado por aquella Esposa, se fue a vivir a Salta o a Monte Grande. No tuvo más comunicación, la familia lo dio por muerto.
   —Mirá Julia, te voy a dar un consejo. En cualquier momento, la fatiga, que vive conmigo, me va a cortar la respiración. Nada de llamar Médicos. Si yo me muero, es porque me quiero morir y espero que hagas caso de mi resolución, no quiero que jamás abandones esta casa, la tenés a Misia Pepa, que te ayudará en todo lo que precises. Pasá tu tiempo sembrando semillas de flores raras, podrías hacer un camino florido, hasta la tranquera. Para que crezcan mejor, juntás bosta de caballo, esperás que seque y después las desperdigás en la tierra. A las plantas les encanta llevar eso en sus raíces.
   Julia respondió a los mandatos de su Madre, tenía ganas de charlar con alguien, pero Misia Pepa hablaba Mapuche. Julia no le entendía y Misia Pepa era amante del silencio. Para cuidar mejor las flores, les hizo recipientes de arcilla, los conejitos iban en macetas con forma de conejo. Los crisantemos, en macetas con forma de crisantemos. Tenía orquídeas, malvones, helechos serruchos con hojas recortadas, cientos de flores, cada clase en recipientes que respondían a su formato.
   Una mañana, mientras ordeñaba una vaca, llegaron filas de autos, muy respetuosos, estacionaron fuera de la tranquera y con mucho cuidado, admiraron esas flores. Una Mujer se atrevió: —Usted, no me vendería la maceta de los conejitos?
   Y así comenzó la historia, Julia plantando y personas que le compraban. Entre los compradores, apareció un Señor, con aspecto citadino. —Me dijeron que su nombre es Julia, no quiero interrumpir su trabajo, pero me gusta su nombre y usted también, la invito a comer en el Pueblo.
   Le pareció un Señor tan atildado, que prefirió explicarle: —¿Sabe usted, que yo nací y viví en esta casa?, no conozco el Pueblo, lo podemos revertir y usted se queda a comer con nosotros, soy yo y Misia Pepa, que es la Señora que me acompaña, no le gusta hablar y sólo habla Mapuche, así que no se moleste en pretender entenderla.
   Mientras comían le llamó la atención que el Señor citadino, hablaba Mapuche a la perfección y por fin pudo hablar Misia Pepa, con alguien que le entendía.
   Después, el Señor explicó, que había estudiado todas las lenguas tribales de este país y alrededores. Era invitado al extranjero, para dar charlas al respecto. Julia lo invitó a quedarse los días que quisiera, en la casa, las habitaciones sobraban. Había un mangrullo tan alto, que alcanzaba a mirar todo el Pueblo. A él le encantaba tomar mate en ese lugar. Un día cambió su traje elegante, por ropa de campesino.
   Julia se puso tan contenta, que le besó la boca. Él se dio vuelta avergonzado y le preguntó si no quería casarse con él.
    —¿Y vamos a dormir juntos? -Preguntó Julia con inocencia-.
   —Y vas a ver que va a ser mucho más lindo, que tomar mate en el Mangrullo.
   Por curiosidad, Julia preguntó: —¿Cuántos años tiene usted, Señor?
   Él la recordó con el viento jugando con sus polleras, mientras sembraba con devoción. —Mi querida Julia, tengo noventa años.
   Ella le miró los ojos de una bondad infinita y le contestó: —¡Señor, qué joven es usted!   

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