Una rotonda con yuyos en un lugar de Entre Ríos, sin nada
ni nadie a la vista, un baño semiderruido, que decía “Damas”, “Caballeros”. La
pared que los separaba no existía. Viajaba con mi hermana, que sobresalía por
su cobardía.
—Tengo ganas de
ir al baño.
Ni la miré y
frené. Entró al baño y escuché gritos, como si la estuvieran matando. Estaba en
el medio de un charco, con una invasión de moscas de letrina, que le cubrían
hasta los ojos.
—Hacé rápido,
Ulvi, yo te espanto las moscas.
Me pidió papel
higiénico, porque adentro no había.
—Fijate en el
bolsillo de tu vaquero, allí vive el pañuelo que te bordó Mamá, límpiate con
eso.
Me hizo caso,
pero no podía soltarlo.
—Pobre Mamá,
cómo voy a dejar esta belleza en ese agujero.
Tenía cara de
idiota dibujada. Cuando salimos de ese infierno pura mosca, corrimos al auto,
lo habían robado. Miré los supuestos caminos de tierra, pero fue así, alguien
se lo llevó y no dejó nada.
El bolsito de la
ropa, aunque sea, un tipo de mierda.
Las recomendaciones del primo Guille, eran:
—Donde
veas un cartel que diga 34, salí de la ruta y tomás cualquier camino de tierra,
le das derecho, derecho, derecho y llegás al Palmar. Llevate el GPS, ese te
orienta, ¿vas con Ulvi?, qué garrón. Pero bueno, no sé qué decirte, vos ya
sabés, es una stronza y no tiene retorno.
Comenzamos a
caminar y veo que Ulvi llevaba el pañuelo cagado, colgando del bolsillo
posterior.
—Hacé una cosa,
agarrá un puñado de yuyos y sacate esa inmundicia del bolsillo, o te pego
jodido.
Lo tiró con
lágrimas en los ojos. Las moscas todavía nos seguían. Se hizo de noche y sin
luna, lo cobarde que era Ulvi, pegada a mi costado, asco daba. Eran tan
molestos sus “Uy”, “Ay”, “¡Una víbora!”. Opté por llevarla a caballito, pero yo
era flaca y ella una pelota de trece años.
—Gracias, Inés,
sos una buena yegua.
Lo dijo con
ingenuidad, pero la largué y la hice rodar como una pelota, hasta escuchar un
lejano sonido de agua. Ella corrió más rápido que yo y encontramos el Palmar,
con un arroyo de agua, tan transparente, deslizándose suave como las brisas sin
apuro. El suelo abandonaba la tierra y se transformaba en arena blanca. El
arroyo no era profundo, pero el desierto que anduvimos quemó nuestra piel, nos
acostamos en el agua, buscamos lugares más hondos.
Palmeras altas,
algunas cruzadas, otras perpendiculares al suelo. Sus copas eran enormes
sombreros de hojas recortadas. Gritó la cobarde de Ulvi: —¡Mirá Inés, un camión
con hombres negros, bajando sandías!
La incipiente
xenófoba, le llamaba negros a la gente de piel oscura. Debieron ser resabios de
aquellas personas, que para elogiar un bebé decían: “¡Mirá qué hermoso, blanco como
la leche!”.
Los camioneros
hacían señas para que nos acercáramos, yo fui de inmediato, la cobarde quedó
sentada en un tronco, mirando para otro lado.
—Vengan, que
tenemos sandías frescas en el agua. Hay para todos, pero ustedes serán las privilegiadas.
El más grande y
gordo, partió una sandía con una cuchilla certera, luego la dividió en pedazos
con forma de cuatro sonrisas. Cuando Ulvi vio, vino arrastrando los pies, ella
ligó una lonja roja y fue un momento feliz. Todos con los pies en el agua y
comiendo sandía fresca, se deshacía por los senderos de la boca, aterrizando en
nuestras panzas.
Yo les conté qué
nos había pasado, ellos escuchaban y se reían cuando en cada pausa, decía: “La
cobarde de mi hermana”. Luego de charla e ingesta, hicimos una siestita, me
despertó una chata en marcha y Ulvi, que me saludaba, mientras se perdía en el
Palmar.
Los camioneros
se preocuparon y me dijeron que la mejor solución, era llegar a un Puesto
Policial.
—Yo me bajo con vos, mija y les contás lo que te pasó, que tu hermanita se fue, con el más atorrante de mis hermanos, ellos lo primero que harán será llamar a tus Padres.
—Yo me bajo con vos, mija y les contás lo que te pasó, que tu hermanita se fue, con el más atorrante de mis hermanos, ellos lo primero que harán será llamar a tus Padres.
La gente del
puesto me trató con preocupación, me convidaron mate dulce y buñuelos, mientras
llamaban a casa. Me despedí de los camioneros buenazazos y les agradecí.
Mi Madre me echó
la culpa de todo lo que hizo mi hermana y le mintió a mi Viejo, que yo era de
lo peor.
Ulvi, estúpida, tonta, idiota y más, pendeja cobarde, cobarde, en la primera oportunidad que estemos solas, le pienso dar veinte fustazos, sin explicación, igual ella sabe.
Ulvi, estúpida, tonta, idiota y más, pendeja cobarde, cobarde, en la primera oportunidad que estemos solas, le pienso dar veinte fustazos, sin explicación, igual ella sabe.

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