Llamó hoy
miércoles a las 17.15 —¿No vas a venir?
La pregunta me
sorprendió, avisé el lunes a tres teléfonos distintos, el celular de
Consultorio, lo atendió una voz grabada, diciendo algo así como que el
contestador se encontraba saturado. Probé con dos celulares, el de su casa y el
personal, atendió la voz grabada “La persona que Ud busca, no está disponible,
luego de la señal deje su mensaje.” Y le dejé el mensaje que no asistiría el
miércoles. Para asegurarme llamé al tercero, sonaba, sonaba y no dejaba de
sonar. Le pregunté a Bruno.
—Me parece que
ya dejaste el mensaje, con eso es suficiente, no te pongas pesada. Ya es la
hora, tenemos que ir a buscar nuestros Certificados de Supervivencia y los Escritorios,
con alguno que nos atienda, podemos pagar las cuentas. Los mil pesos que nos
ahorramos del Analista, en este momento nos vienen bien.
Si falto un
miércoles, debo avisar el lunes, para pagar el miércoles sólo el valor de una
sesión.
Me sentí culpable de las dudas del Analista y después me
dio bronca, es decir, tengo la seguridad que no me creyó. En este desierto de
personas, hay uno que me salvó la vida, mi Analista. Y la Profesora del Taller
de Escritura, para tener aunque sea, un grupo de pertenencia. Es patética mi
soledad, a veces me siento en una celda, que no tiene llaves. Lloré mucho la
noche del miércoles, dudé del estado de salud mental del Analista, tal vez esté
triste porque no le alcanza la plata, o porque también él estaba solo. Después
de todo, la gente sólo acude a pedir recetas.
Nadie piensa en
las sesiones que sirven a los fines de la vida, a encontrar adentro cuáles son
las razones y tener un alguien, que te señale que la solución es más grande que
el conflicto. No se cura de inmediato, pero ronda en la cabeza y un día te das
cuenta.
Mi llanto no fue
por el dinero, sino porque en esos días, no hacía pie.

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