jueves, 2 de enero de 2020

COMÚN Y SILVESTRE


   Durante las fiestas, mi amigo Alberto y yo escapábamos de nuestras casas. Recorríamos iglesias vacías de cultos diferentes. Nadie se percataba de nuestra ausencia, las familias tomaban hasta el año que viene, se peleaban, se abrazaban y hablaban en lenguaje etílico.
   Sentíamos que los bancos largos, bendecían nuestra presencia. Allí nos íbamos, queríamos estar con nosotros, un silencio propio que sólo compartía con mi amigo Alberto.
   Tenía otros amigos, que después pretendían cumplir funciones de novios. Traicionar la amistad. Con Alberto jamás sucedió, era mi amigo. Hacíamos Teatro juntos. Admiraba sus trabajos y sus críticas. La adolescencia es traidora, empecé a preguntarme por qué no me avanzaba, para él soy fea, el Teatro no es lo mío. No tenía tetas, mil razones.
   Esperé un tiempo prudencial, fijado por mí misma. Toqué la aldaba, no había timbre, me hizo pasar su hermana al dormitorio. Estaba tirado en una cama, leyendo sus libros que me importaban un bledo, hasta que él me enseñó los significados de Marx, Engels, Trotsky. Acosté mis huesos sobre él, besaba raro, en cuanto a lo otro, tenía faltantes importantes. Él me decía “Talón de fuego” y me anunció que mis tetitas habían crecido.
   Le dije que ya era mi hora de volver, no sé adónde, pero ya se me ocurriría. Fui a lo de su amigo Miguel. Vivía en un entrepiso sin baño, iba a mear al Bar de la esquina. Lo hicimos de una, el primero es siempre raro, después se aceitan las bisagras y es casi una fiesta. Acá se suspendió, aparecí al día siguiente.
   —Sería prudente que fueras al Gineco, tenés hongos, herpes o algo más importante. Anoche me miré y mi pito parecía un tomate, con minigusanos. Avisale a Alberto, vos debiste ser su primera relación.
   Tomé un taxi, le dije lo de Miguel.
   —A mí no me importa, igual quiero que sigas conmigo, él acostumbra el touch and go.
   No me dieron ganas ni de besarlo, prometí que la otra semana le contestaba. Estaba obsesionada con Miguel y dije que a Alberto no lo quería ver más. Le conté lo de la semana que viene.
   —¡No! ¿Sabés por qué? Le dejaste una lucecita de esperanza. Es un tipo impecable, no sé cómo pudiste, le creaste falsas expectativas. Acá no vengas más.
   Me atendió nuestro Médico de cabecera. Lloraba, me dio vergüenza.
   —Mostrame, yo no le diré una sola palabra a tu Padre, lo juro.
   Puso cara de preocupación.
   —Tenés una infección que ocupa todo el útero, te voy a dar una inyección y estos óvulos. Guardá cama y decile a tus Padres, que te duelen los ovarios. Venite dentro de ocho días.
   Me curé, aparecieron otros tipos, pero ya eran relaciones de un mes, seis meses, cuatro años. Ahora tengo setenta, quise anotar en un cuaderno, los nombres de mis amigovios y cuando parecía que estaban todos, entraba en mi memoria, que faltaban unos cuantos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario