Nunca me
gustaron los chicos, su manera de molestar para capturar la atención de los
adultos y monopolizar conversaciones con palabras de mayores. Oliverio era un
niño encantador, se podía hablar con él, porque decía cosas que daban risa, él
sabía que yo era una tumba, frente a sus apreciaciones parentales.
—Mamá no es como
vos, lo que yo digo no le importa. Me baña con un odio que siento cuando pasa
con fuerza la esponja, me seca pensando en no sé qué y deja zonas húmedas.
No supe qué decirle,
porque mi hermana parecía no tener corazón.
—Tenés preparado
en la cama lo que te vas a poner hoy, es Domingo, te tenés que confesar,
comulgar y cumplir la penitencia que te dé el Sacerdote Ramón.
Mi hermana era
como Mamá, el que no respondiera a su mandato, dejaba de existir.
—Oliverio, no
quiero desautorizar a tu Madre, pero la religión para mí no existe, si querés
podés tener un dios personal, para recurrir cuando lo necesites, sin tener que
ir a misa y hacer penitencia. ¡Por favor!, en qué siglo vive esa Mujer.
Él siguió siendo
mi sobrino, el único niño que quise, admiré su inteligencia que me sobrepasaba.
Yo vivía con Daniel, el Capitán de un barco, que hacía viajes al Uruguay y
luego seguía hasta Brasil. Hablé con mi hermana para preguntar, si Oliverio
podía venir con nosotros, unos quince días o más.
—Sos una divina,
si me sacás ese chico consentido, que me resulta un peso inmerecido. Llevalo
nomás, aunque sea para extrañarlo un poco y quererlo un poco más.
Su declaración
era sincera, pero me hacían dudar sus maneras poco felices, al referirse a
Oliverio. A Daniel, mi pareja, le encantó viajar con él. No teníamos hijos y
nuestro Sobrino era el elegido en reemplazo del hijo, que no pudimos tener.
Cuando subimos
al barco, el Padre lo saludaba levantando su sombrero, mi hermana levantaba un pañuelito
blanco, que parecía pesar una tonelada. Se fueron antes de zarpar, mi hermana
arrastraba a mi cuñado, parecían una familia común, la menos común de las
familias.
Pobre Oliverio,
pasó el viaje vomitando.
—¿Tía, navegar
produce el efecto de estar prendido al inodoro? Pensá que todavía no conozco la
cubierta…
Trabó relación
con una tal Muriel. Me sentí exultante, por fin Oliverio socializaba con
alguien. Lo que no imaginé fue su transformación en amigovio. En algún momento,
cuando tanto lo descomponía, pensamos en tomar un avión. Los había visto la
noche anterior, dándose piquitos en la baranda.
Al día siguiente
golpeé su camarote y allí no estaba. Busqué por todo lugar, pedí ayuda, había
otros Padres que perdieron a su hija, su nombre era Muriel. Hicimos denuncias
conjuntas, en Consulados, Embajadas, Marina Mercante, lugares absurdos.
Me comuniqué con
mi hermana y llorando le conté que había perdido a Oliverio.
—Ey, vos no te
preocupes, disfrutá tu viaje, Oliverio desaparece a veces por tres días, pero
no me hago problema, porque va a lo de los primos, que viven en el campo. O
visita a los Abuelos, por dos semanas. ¿Y con ustedes? Prácticamente vive y los
quiere más que a nosotros, me parece.
Yo quedé
catatónica, con la respuesta de mi hermana. Estaba casi segura que esa Mujer
era una psicótica. Recibimos una llamada anónima de un campo de migrantes, con
una carpa de niños, que habían sufrido el embate armado, sobre civiles. Hubo
bajas y algunos heridos.
Llegamos con
Daniel en helicóptero, nos apretábamos las manos y temblábamos. Lo que vino
después pareció una pesadilla. Llegamos a ver a Oliverio agonizando, sin
expectativas de vida, a Muriel la habían vendido.
Me volví tan
loca como mi Madre, cuando el único remedio fue la internación. Yo me interné
por propia voluntad, tuve miedo por los demás y por mí. Mi hermana vino a parar
conmigo, tenía una culpa universal, de ella se encargó su Marido. Dormíamos
juntas y volvimos a ser dos niñas, nos hicimos amigas.
A los cinco años
de lo irreparable nos escapamos al mar, hasta el horizonte. Cuando nos encontró
Prefectura, con hipotermia, mi hermana y yo preguntábamos: —¿Y Oliverio dónde
está?
—¿Y Oliverio
dónde está?
Llegamos a la
vejez, viviendo juntas y solas, sin decirnos nada.
Ella nunca me
perdonó, yo tampoco.

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