Vino anoche,
estaba tan lindo, tan joven, esa sonrisa abierta de dientes prolijos, esos ojos
firmes de saber más que sus años. Trajo el bolso con una muda limpia y catorce
para lavar. Me regaló un perfume, el olor es como de flor que se fue hace un
rato y olvidó algo de limón y mandarina. Abraza firme, seguro de haber llegado
a un puerto protegido. Comemos y hablamos entre tenedores suspendidos y copas
inconclusas. Fue el momento de la novia, que lo quiere sin pedir cambio, está
contento, le deja oxígeno y le otorga descansos generosos. Trabaja a destajo,
como es ahora, lo que gana los gasta, como es ahora. Cada tanto me escucha,
pero mis palabras no son su idioma, a veces grita que él sabe, que no hable de
lo que no sé. Es cruel, como los jóvenes en confianza y sé que mi deber es
dejar pasar, sino lo mato.
Tanto me costó
aceptar su ser dependiente.
Tanto me costó
aceptar su ser independiente. Esta vida, si algo tiene sentido, es lo
inoportuno, el destiempo, la comprensión tardía, el amor que necesita, el que
no tanto. Soliviantar los deseos propios con los ajenos para que no caiga ni
uno ni otro. Aceptar con la puerta abierta para que pase y se haga lo que sea.
Se va mañana, hace mucho que es sin mí. Juego a que me necesita, soy la Madre.

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