La quiero porque
la quiero y siempre la voy a querer. Estoy en esta esquina, esperando los
ruidos de sus muletas y ella caminando despacio. Los Padres no quieren que
estemos juntos, tiene que ver que soy pobre como una rata, piensan que soy una
bestia, que voy a sacar provecho de sus condiciones.
Todo esto me lo
imagino, a mí me saludan amables, hasta a veces concluyen en una sonrisa. Un
día me invitaron a tomar un té especial, con unos scons, que preparó Julieta.
Le gustaba cocinar cosas dulces para mí. En las caminatas por la tarde, sacaba
de un bolsillo grande, bombones suizos muy pequeños, en una cajita de flores
pintadas con sus manos hábiles.
—A mí me gustan
los bolsillos, tengo todo lo que necesito, me hice uno chico cerca de mi corazón,
otro en la cintura, ése sí que es grande, como verás. El contenido no te lo
muestro porque me humilla un poco. Llegué a la conclusión que las carteras son
un objeto más, del cual debo hacerme cargo. Amo los bolsillos desde antes del
accidente.
Ya le tenía
fichado los bolsillos y ahí descubrí su talento. Los perfiles de Julieta me
hacían cosquillas en la panza.
—¿Sabés que el
Señor cubano, donde es el Centro de Rehabilitación, dijo que si aceptaba media
hora más de masaje en mi pierna, me invitaba a tomar un helado? ¿No es
buenísimo? Ernesto, Ernesto, ¿escuchás lo que te conté? Ya sé, te dieron celos,
pero él es un viejo, tiene casi veintitrés años. Además es negro y comunista, o
algo así.
Es una chica
complicada, dice que gracias al Cubano, dejó las muletas. Ahora camina apoyada
en mi brazo. Todavía le cuesta. Es tan cabeza dura, que no quiere ir más al
Centro de Rehabilitación.
—Me trata tan
bien que me confunde, me hace rotar las rodillas y si yo pego algún “Ay”, para
distraerme, sus masajes son tan suaves, que me pone la piel de pollo. Describe
unas playas de Cuba y esas palmeras que tanto me gustan, me mostró fotos de
mares transparentes y arenas de seda. Vi una casa enfrente de una playa y me
invitó, cuando él cumpla su práctica aquí. ¿Sabés que se llama Ernesto como
vos? Me acompaña hasta la puerta y me ruega que siga yendo, ¿te acordás que yo
había decidido no ir más? Pero desde que cumplí los dieciocho, no me parece tan
viejo veinticuatro. Siento que me gusta como vos, pero es diferente.
La escucho y me
dan ganas de matarla, algo cambió, antes de llegar a su casa, ella empezó a
darme besos y a decir que me quería. Después sale corriendo, la rehabilitación
dio excelentes resultados. Julieta es imprevisible, me mostró dos pasajes a
Cuba y su Pasaporte.
—Nos vamos a
Cuba, Ernesto, no le vamos a decir a mis viejos, porque son máquinas de impedir,
¿no te parece?
Me pareció una audacia, yo tendría que
renunciar a mi laburo. Pero gracias a unos ahorros y si los pasajes los compró
Julieta, me alcanzaría perfecto.
—Me encanta
viajar con vos. ¿Y cuándo querés que nos vayamos?
Se soltó de mi
mano.
—Estás
confundido, o yo me expliqué mal. Voy a Cuba con Ernesto, sucedió, cuando me di
cuenta que lo quiero, porque lo quiero y siempre lo voy a querer.

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