Un reloj
biológico me trata como un robot, salgo de la cama, corro al baño, abro, la
canilla, mientras se caliente bajo a poner la cafetera y dos tostadas grandes.
La ducha lleva 3 minutos, bajo en bata y llego justo para que el café no hierva
y las tostadas no se quemen.
4 minutos para
el desayuno. Ya me sequé, la bata se encargó. Tengo la ropa preparada en el
sillón de la puerta, empiezo de arriba para abajo, camisa, corbata, calzoncillo
y pantalón, medias y mocasines, 5 minutos.
El auto me
espera abajo, tiene mi maletín y los expedientes para repartir. Aprieto el
botón y estoy adentro. Me peino de memoria, con un peine que adhiere con un
imán al costado del asiento. 6 minutos.
Salgo del garaje,
con el motor en marcha. El Ministerio queda en línea recta, desde donde salgo.
Tengo todo controlado, el primer semáforo está en verde, sigo en la onda verde.
En el portón del Ministerio, tengo un lugar asignado para el auto, que continúa
la onda verde. Desde que salí de mi depto, 7 minutos. Le puse, de memoria, en
total 25 minutos.
Entro en mi
Despacho, luego de cuatro “Buenos Días”, a esperar a los chabones que tienen
que venir, cada uno, por un expediente diferente. A esta ceremonia le puse 4
minutos. Comenzar a trabajar, de la cama, hasta el Despacho, costó 29 minutos.
Ésta es mi
tarea, desde hace veinticinco años. Tengo una Secretaria, que aparece a media
mañana, con un café, toma los expedientes de los chabones, que aún no los
retiraron y cuando se va y miro ese culo bamboleante, me adelanto y cierro el
Despacho con llave.
—Doctor, no
tengo tiempo para nada.
Me aflojo la
corbata y desprendo el primer botón.
—Susy, ¿y si nos
echamos un rapidito?
Ella lo aceptó
como una orden cotidiana, desde hacía quince años. En la mañana del día nueve
de Enero, me miré en el espejo, contaba con cincuenta años de robotización.
Había trabajado catorce horas por día y la cara que vi reflejada, era el retrato
de un hombre esclavo, de un reloj biológico que me comió la vida de lunes a
viernes y el whisky me bebió sábados y domingos.
Miré hacia el
generoso balcón y tomé la decisión más sensata de mi vida. Como cualquiera sabe,
a los hombres poseedores de un reloj biológico, que los trata como un robot, la
sensatez los duerme incrustados en el asfalto.

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