Los negocios
sacaban sus insumos a la vereda, poniendo en riesgo al peatón, querían vender,
te llamaban con la mano o te ponían el producto tocándote las pestañas. Los
autos, apurados chocaban al de adelante y el de atrás chocaba a los dos. Viene
un camión de dos plazas y sin frenar los choca a todos. Un Río de La Plata
dobla con luz roja y al poner los frenos, entra en un comercio y sigue hasta el
fondo, donde hay bolsones de droga. Los dueños de todos los negocios, se quedan
sin un mango para pagar los sueldos de los empleados.
Frente a tanto
desbande, Fedora vio, entre dos camiones, a su amiga Isadora. —Estoy corriendo peligro
de vida, Fedora, ayudame a salir, porque entre estos dos camiones Juncadella,
me harán sanguchito.
Fedora estaba
gorda y no entraba para darle una mano a su amiga.
—Vos venís de la
familia Duncan, expertos en saltos inmortales, tomá impulso desde algún motor,
yo te espero y te sostengo, pero apurate, porque viene un Policía desubicado,
para pedirme documentos.
Isadora cayó en
los brazos de Fedora, que era fuerte porque hacía pesas desde los tres años.
Subió al techo de un Juncadella alto y blindado. Por agradecer, Isadora le besó
la boca un rato prudencial. Fedora quedó paralizada, no sabía que su amiga era
gay. Le dio impresión. Pero siguieron sobre el techo de Juncadella, que prendió
una sirena implotante y tomó por la Ruta 226. Isadora se deslizó hacia el
parabrisas. —¿A dónde vamos?, por favor!
El chofer le
contestó que si no fuera por el peso de ellas, ya estarían en alguna playa.
Cuando las chicas miraron para atrás, había una fila de autos, tan larga que
tapaba el horizonte. Cuando dieron vuelta para adelante, había kilómetros de
autos, se produjo un choque múltiple, con muertos sangrando por las
ventanillas.
Isadora y Fedora,
sacaron los heridos de un todo terreno y cruzaron un campo obviando los
alambrados. Cuando llegaron a Pinamar, salieron del todo terreno y zambulleron sus
cuerpos en el mar.

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