Okito fue
discriminado por chino, como los negros, los judíos y otras fiestas de
crueldad. Él no se daba por aludido, ni siquiera cuando escuchaba que su Padre,
tenía una Tintorería, donde no quitaban las manchas. De allí le provino la
idea, después de los deberes se encerraba en el dormitorio y dibujaba esquemas
de juegos. Trataban artilugios, para hacer desaparecer objetos de algún lugar y
aparecer en otro sitio impensado.
Escribía en un
cuaderno lo que inventaba, para después hacer historias. Introducía en sus
fosas nasales, micropilas que arrojaban mocos fluorescentes, donde él quisiera.
Nadie podía advertir que provenían de su nariz. Cuando pasaba con su carpeta,
al escritorio de la Maestra, ella levantaba la punta de su birome, para una calificación
baja. Cuando llegaba a la hoja, un moco verde fluo, le inmovilizaba el número
de la evaluación. Le daba tanta vergüenza, que pensaran que le había salido un
moco, lo tapaba poniéndole un diez y pasaba a otra carpeta.
Okito usó ese método
durante dos meses, la Señorita pidió Carpeta Médica, le diagnosticaron obsesión
mocosa y le dieron horarios de consulta, para investigar de dónde provenían sus
mocos.
Okito obtuvo su
primer triunfo, expandir mocos a larga distancia. Como crecía más su autoestima
que su estatura, inventó unos zancos con escalera, aprendió a caminar como un
equilibrista, haciendo un curso intensivo en el Cirque du Soleil. Usaba
pantalones elegantes y largos, que sustraía de la Tintorería. Creó una
extensión de brazos, que terminaban en manos artificiales.
Okito logró que
su cuerpo se fundiera con sus invenciones y una mañana despertó con dieciocho
años, diez más de los que tenía. Al poco tiempo se desarrolló y resultó un
joven hermoso, inteligente, culto, distinguido y portaba un miembro notable, que
se notaba.
Nadie decía
nada, sus poderes daban terror. Se recibía de todo sin dar examen y le pagaban
sin trabajar. Para pasar desapercibido, enseñaba Magia Elemental, los
pañuelitos de la manga, la paloma de la galera y todas esas boludeces que uno
de chico se las creía.
Yo me anoté en
sus clases, para luego transmitir a mis alumnos. En poco tiempo me enseñó un
montón. Por suerte se fueron todos de vacaciones y Okito me pidió que siguiera
yendo. Intimidaba su manera de mirar, o que me tomara de las manos para algún
truco especial. Un día advertí que Okito me gustaba. —Raquel, pienso todo el
día en vos y necesito que sepas que te quiero o estoy enfermo, me late el
corazón, se produce un descontrol de mis manos y se me van solas. ¿Ves?
Con sutileza las
apoyó sobre mis tetas y me inmovilizó. No sé si fue la hipnosis que ejercía
sobre mí, pero llegaba a su Taller y Okito, con sus ojos, me desnudaba, él
hacía igual y después se le ocurrieron otras magias, pero me hizo jurar que no
las difundiría.

No hay comentarios:
Publicar un comentario