domingo, 12 de enero de 2020

MAGIA


   Okito fue discriminado por chino, como los negros, los judíos y otras fiestas de crueldad. Él no se daba por aludido, ni siquiera cuando escuchaba que su Padre, tenía una Tintorería, donde no quitaban las manchas. De allí le provino la idea, después de los deberes se encerraba en el dormitorio y dibujaba esquemas de juegos. Trataban artilugios, para hacer desaparecer objetos de algún lugar y aparecer en otro sitio impensado.
   Escribía en un cuaderno lo que inventaba, para después hacer historias. Introducía en sus fosas nasales, micropilas que arrojaban mocos fluorescentes, donde él quisiera. Nadie podía advertir que provenían de su nariz. Cuando pasaba con su carpeta, al escritorio de la Maestra, ella levantaba la punta de su birome, para una calificación baja. Cuando llegaba a la hoja, un moco verde fluo, le inmovilizaba el número de la evaluación. Le daba tanta vergüenza, que pensaran que le había salido un moco, lo tapaba poniéndole un diez y pasaba a otra carpeta.
   Okito usó ese método durante dos meses, la Señorita pidió Carpeta Médica, le diagnosticaron obsesión mocosa y le dieron horarios de consulta, para investigar de dónde provenían sus mocos.
   Okito obtuvo su primer triunfo, expandir mocos a larga distancia. Como crecía más su autoestima que su estatura, inventó unos zancos con escalera, aprendió a caminar como un equilibrista, haciendo un curso intensivo en el Cirque du Soleil. Usaba pantalones elegantes y largos, que sustraía de la Tintorería. Creó una extensión de brazos, que terminaban en manos artificiales.
   Okito logró que su cuerpo se fundiera con sus invenciones y una mañana despertó con dieciocho años, diez más de los que tenía. Al poco tiempo se desarrolló y resultó un joven hermoso, inteligente, culto, distinguido y portaba un miembro notable, que se notaba.
   Nadie decía nada, sus poderes daban terror. Se recibía de todo sin dar examen y le pagaban sin trabajar. Para pasar desapercibido, enseñaba Magia Elemental, los pañuelitos de la manga, la paloma de la galera y todas esas boludeces que uno de chico se las creía.
   Yo me anoté en sus clases, para luego transmitir a mis alumnos. En poco tiempo me enseñó un montón. Por suerte se fueron todos de vacaciones y Okito me pidió que siguiera yendo. Intimidaba su manera de mirar, o que me tomara de las manos para algún truco especial. Un día advertí que Okito me gustaba. —Raquel, pienso todo el día en vos y necesito que sepas que te quiero o estoy enfermo, me late el corazón, se produce un descontrol de mis manos y se me van solas. ¿Ves?
   Con sutileza las apoyó sobre mis tetas y me inmovilizó. No sé si fue la hipnosis que ejercía sobre mí, pero llegaba a su Taller y Okito, con sus ojos, me desnudaba, él hacía igual y después se le ocurrieron otras magias, pero me hizo jurar que no las difundiría.

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