Un Señor entró a
un Banco, puteando.
—Me hicieron ir
cuatro veces y siempre a un Banco distinto, al último que fui, dijeron que para
mi tramitación tenía que ir a seis Bancos distintos. ¿Vos entendés, Florinda?
—Menos mal que
salimos separados, a mí me pasó lo mismo, salí puteando al Gobierno mafioso, al
personal que nunca sabe nada y al último le dije: “¿Vos querés que pierda mi
vida haciendo trámites inútiles?, andá a la puta que te parió”. Me miró asombrado,
entonces me fui dando un portazo, antes lo miré a la cara y le dije: “Puto”.
Menos mal que no
nos encontramos en la calle, Onorato para descargar, me habría pegado una piña
y yo con doble bronca, un rodillazo en las bolas.
—Florinda, no
quiero vivir más en este país, nos roban, siempre nos roban y a pesar que lo niegan,
nos siguen robando.
La voy a llamar
a Kika, es mi hermana más inteligente. Ni bien escuchó mi voz, le pareció que
lo mejor era ir a vivir en Montevideo. Las dos familias, nosotros y ellos. Dijo
que la casa seguro que tenía deterioros, los últimos inquilinos robaron las
tejas del comedor, de pizarra gris, divinas y el piso del baño, de mármol
blanco.
Le dije a Onorato
que nos mudábamos a Montevideo a la casa de las siete torrecitas, con mi
hermana y su familia. Saltó hasta el techo de alegría y fue la primera vez que
lo vi sonreír desde hacía mucho tiempo. Se puso un poco serio cuando le nombré
a nuestro cuñado, es un tipo avaro, parece que Moliѐre, se hubiera inspirado en
él.
—Florinda,
estamos de acuerdo, somos tan unidos que más que un matrimonio, parecemos
hermanos, de los que se llevan bien, a ver si te parece, el reparto de la casa,
lo hacemos tirando la monedita. Yo quiero las dos de adelante, son Art Decó y
las ventanas de vitraux, ambas cosas tienen su deterioro. Vemos a preparar una
comida y ahí lo hablamos los cuatro y tiramos la monedita.
Antes de
vestirnos ya estaban aquí, Kika terminó de preparar las salsas, era una flecha,
puso la mesa con cubiertos y platos diarios.
—Florinda!, la
vajilla de salir la dejamos para Montevideo.
Cuando terminé de
peinarme, mi cuñado y yo, pasamos por la misma puerta y me rozó el culo con
intención. De inmediato le conté a mi hermana.
—No te
preocupes, Florinda, ni siquiera se le para.
Le dije que me
parecía una falta de respeto, imperdonable. Kika confesó que Onorato hacía lo
mismo con ella, pero con el pito duro, tanto que a veces le daban ganas.
—Pero vos sabés
bien, Florinda, que soy más leal a vos que al cachondo de tu Marido.
Por fin ocupamos
la casa de las siete torrecitas.
El Marido de
Florinda era un restaurador prestigioso. Tiramos la monedita y salieron dueños
de la parte delantera.
Les llevó seis
años reconstruir las faltas, de los vitraux se encargó Kika, que había
estudiado en Florencia. Respetaron las molduras, gracias al testimonio de las
fotos.
Se avecinó una
tormenta familiar. Kika no pudo resistir las confusiones del Marido de su
hermana, casi todas las medianoches. Le destapó las cañerías que ella misma
ignoraba que estaban pegadas. Jugaban a que Kika, se la comía en cuatro.
Florinda se
consolaba con el vecino de al lado. Era todo decadente y promiscuo. Todos sabían
lo de todos y en ocasiones se daban chupones al pasar, en bocas equivocadas.
Fue interesante y efectiva, la solución, los trámites se olvidaron en el pasado
y por ser amigos de Mujica, de impuestos no pagaban nada.

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