Hace muchos días
que no hay viento.
Caen dos hojitas
amarillas, caen gotas de lluvia. Las flores que hay, se durmieron, los sapos
que andaban cerraron sus cuevas. Hay confusión de temperaturas. Uno va sumando
más abrigo y prende estufas.
Me puse el sweater
de cuello alto y sentí que me picaban los brazos, enrollé las mangas y tenía
dos hojitas amarillas, acariciando mi piel. Pertenecían al jazmín chico, las
reconocí porque no estaban más en el pasto, donde las vi caer. Fui caminando al
pueblo, no quise tomar micro, el traqueteo desprendería las hojitas. Era un
abrazo “te abrigamos porque llegó el invierno”.
Por primera vez
sentí que no estaba sola.
Dejé el abrigo
principal para no molestar mis dos amihojitas, cuando volviera las pondría entre
hojas de mis libros, habitados por otras hojas, flores antiguas de violetas,
esas que fueron de mi Abuela.
Debía comprar un
sweater nuevo, porque las polillas me hicieron agujeros notables en los demás.
Encontré un negocio mitad Vintage, mitad La Salada, flasheé con uno. “Siempre
que compres ropa, es mejor algo austero y que vaya con todo.” El mandato
estaba, elegí uno gris topo.
Mientras me
probaba entró la dueña.
—Permitime, Mami.
Arrancó mi sweater,
era tan acelerada la gorda que ni vi cómo caían mis hojitas. Las levantó del
piso —No me gusta la mugre.
Abrió la puerta
oculta, del retrete, tiró las hojitas y apretó el botón.
—¿Lo llevás,
Mami?
—Ni en pedo!
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