Dividieron la
casa, por el sauna, por la pile y pores más.
Sin dinero,
media sombra y junco fueron los límites. Rogaban al arquitecto por separado,
cómo hacer más hermética la separación de la casa.
Se levantaba
tarde y salía al balcón en bata y mechones revueltos. Él la esperaba para ver
su cara, los ojos, qué dirección tomaban, sus comisuras. Usaba largavistas de
teatro. Dos saludos al sol, de su yoga y desaparecía de sus prismáticos. Él se
rascaba, porque le picaba, no por la libido y la espiaba por aburrimiento, a
falta de pasquines, de cable, de Internet. La venta de sus autos eran los
ingresos para ambos.
Ella preparó dos
cafés y por costumbre y olvido, lo invitó a su balcón. Salió de la pileta y
entró mojado.
Se sentaron
frente a frente. Él tomó sin hacer ruido por primera vez en su vida y no
levantó el meñique. Iban a comentar la poda que debían encargar. Cambiaron de
idea, olvidaron el resultado costoso. Iban a pensar el viaje de diciembre y
recordaron con tristeza que tampoco. Iban a despedirse y ella lo abrazó. Él
recordó que no se había lavado los dientes. Pondría gesto de asco al aliento y
le clavaría las uñas, en el cuello, como si la apasionara. Recordó cataratas de
situaciones, rayanas en la injusticia y agradeció al cepillo de dientes, su
llamado.
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