—Éste es el
último cuento y no sé si lo termino. Se me caen los ojos.
“Eran tres
hermanas, la madre entregó la vida a sus hijas.
Las hijas
heredaron su generosidad. Cenicienta, la del medio, andaba descalza, llena de
cenizas por dormir bajo el fogón, lo prefería a la cama. Sabían por dónde
andaba por las cenizas que se desprendían de ella y hacían caminos
convergentes, divergentes, paralelos o meridianos. Las hermanas envidiaban la
libertad incorporada de Cenicienta, pero ambas la querían. Llegó una carta del
castillo “Rey Muerto”, era una invitación para la Sra Vaiviene y sus hijas. El
Príncipe hizo iluminar el castillo con candelabros, para no gastar luz.
Cenicienta se bañó, todos la pensaban morocha, resultó blanca como la nieve.
Ella extrañó la mugre, se tranquilizó cuando sus hermanas, como hadas, le
entregaron un vestido blanco transparente y zapatos de charol rojo, con tacos
altos. El Príncipe quedó gratamente sorprendido por las tres bellezas, la más
era Cenicienta y la invitó con el primer vals. Ellas miraban complacidas, menos
Marga que amaba al Príncipe desde chicos. Su sonrisa cayó como payaso triste.
Cenicienta conocía los pesares de su hermana. —Su Señoría ¿tendría a bien sacar
a mi hermana Marga en el próximo vals? Para ella sería un honor y una alegría.
Al terminar la
velada el Príncipe descubrió un zapato de taco alto y charol rojo. Hizo un
recorrido por la comarca y encontró la casa. Abrió Cenicienta, él no la
reconoció, la hermana llamó a Marga cuando ya estaba abajo. El Príncipe le hizo
una reverencia y preguntó si podía probarse el zapato de la escalera.
—Cómo no, Su
Señoría, me retiro un instante.
Cenicienta la
esperaba en el dormitorio —Acá tengo unas medias reductoras, son las que usan
las geishas.
Marga volvió con
el zapato que le iba perfecto, hasta le daba rubor a su cara. El Príncipe pidió
su mano y la madre se la mandó, con la mano y el resto.
Cenicienta
seguía durmiendo en el fogón, con la llegada del invierno parecía un muñeco de
cenizas.
Entró su madre
en medio de la noche —Decime hija, ¿no eras vos la enamorada del Príncipe?
—No Mamá, no me
gusta la gente careta que vive en catillos y el Príncipe es tan lindo, que
parece puto, pobre Marga, bueno, a lo mejor no. Pero ya viste lo que es ese
ambiente.”
Uno de los
nietos, extasiado con el cuento —¿Se durmió la Abuela?
Otro contestó —Siempre
se duerme en la mejor parte, yo quería saber lo de “ese ambiente” y que tal la
pasó Marga, si el Príncipe era o no era.
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