viernes, 12 de mayo de 2017

ABRAZOS

                                         
   El Sr Borderjam recorría su futura casa sin terminar. Una sorpresa para su mujer y su hija. Tenía líneas rectas, cruzadas por otras líneas rectas. Ventanas reemplazando paredes. Sótano para el rincón de los recuerdos y terraza para los libros. Piso de mármol de Carrera. Cuando hasta el último detalle concluyó, el Sr Borderjam la decoró con nada y cañas.
   La limpieza fue exhaustiva. Llamó a las chicas, en una colina de seda se erguía la nueva casa. Sofi gritaba —¡Sacaron los árboles! Dejaron sillas y asoma la savia que agoniza. Yo acá no me quedo si no ponen árboles que echen tronco en breve, que tapen la casa, detalles sensibles, el mucho y el puro árbol.
   —Hija, este solar fue hecho para mirar el césped alrededor y sentir el aire brisado.
   —Yo prefiero abrazar un árbol, que tener brisas.
   Se hizo según los deseos de Sofi. La casa quedó cubierta de árboles, enredaderas, claveles del aire, glicinas. Ellos hicieron bosque y hubo que abrir algunas ventanas para que pasaran las ramas.
   Comenzó la confusión de recuerdos del sótano, con libros del techo. Las raíces crecían al compás de los árboles, algunas salían de la tierra para espiar la casa. La costumbre hizo que no se asombraran cuando empezaron a crecer árboles adentro.
   Tuvieron que cambiar los recorridos de la casa, había que ser ingenioso para usar el retrete. Ante tantos inconvenientes no tocaron ni ramas ni árboles. Pasaron unos años, la flia arañada, raspada y los tres habían bajado de peso, piel y hueso, casi.
   Durante la fiesta de noche buena, sus tres brazos flacos unieron sus copas. Se abrazaron y los árboles también los abrazaron.
   No hubo justicia, en aquel abrazo que se llevó la vida de tres.
                      

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