domingo, 14 de mayo de 2017

CRISIS BANCARIA

                                                                                                
   Era costumbre, de los pueblos del 50, le llamaban la vuelta al perro. Estaba sentado, desde las siete de la tarde. El aroma de los tilos, le entornaba los ojos. Llegó a soñar el éxito de todos sus exámenes. Cuando la vuelta se hizo numerosa, abrió los ojos y le dio vergüenza su molicie pública. Salió de la plaza y una chica le alcanzó unos libros, que él olvidó en el banco. Dio las gracias, pero volvió adonde ella, todavía quieta, lo miraba. Le preguntó si no quería que dieran una vuelta, juntos. Ella avisó a sus hermanas y caminó al lado del que más le gustaba desde los seis años y en dieciséis años no cambió de cara, muy al contrario, se enamoró una y otra vez de él.
   La acompañó a su casa y le propuso verse al día siguiente.
   Fueron novios, se casaron, tuvieron hijos. Pero se desenamoraron y a partir de ahí, los reclamos y las exigencias, hicieron imposible permanecer en la misma casa.
   Se separaron de común acuerdo.
   El pueblo horrorizado, frente a la primera separación de la zona. La gente, pensaba que algo anormal, habitaba en ellos.
   Se redujeron los saludos callejeros y los niños eran discriminados, por ser hijos de “separados”.
   El banco de la plaza, el que ocupaban siempre, quedó vacío. Nadie osó sentarse, por temor a quedar soltera, ó a lo mejor era negativo para la moral cristiana.
   Una siesta de sol-espada, se cruzaron en la plaza.
   Hubo tantos  “¿Cómo estás?” que se sentaron en el único banco que tenía sombra. Era el banco que nadie usaba, ella trataba de llenar el espacio, diciendo pavada tras pavada, él le miraba el escote y recordó el trabajo de desabrochar cada botón, la preocupación de ella porque no se arrugue, “traé más plata…”
   La miró a los ojos y por vez primera, la mirada de escarabajo, sobrevivió a la belleza de los ojos verde pasto.
                                                                                          

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