Tuvo siete
matrimonios, con siete hombres distintos, que resultaron iguales. El último se
fue.
—Es tanto el amor por ti, siento que muero de amor y no quiero que suceda ante tu presencia, por eso me voy.
—Es tanto el amor por ti, siento que muero de amor y no quiero que suceda ante tu presencia, por eso me voy.
Los siete fueron
mendaces. Visitó a Narda, especialista en amores truchos. —Antes que nada, os
informo que vuestro séptimo marido se presentó con mal de amor, dijo que no
podría vivir sin mí.
—Les dice a
todas lo mismo, Narda y un día repetirá el mismo discurso “…Muero de amor y no
quiero que suceda ante tu presencia, por eso me voy...”
—Espero que
conmigo no suceda lo que dices, está tan domesticado que cuando saco el perro a
la noche, sale él también. A veces
olvido abrirles la puerta y amanecen abrazados en el umbral. Desayunamos juntos
y nos reímos del episodio.
Cuando se
retiró, pensó directo, pero con faltas de ortografía. Bueno, si es capaz de
morir de amor por cualquiera, que venga de visita.
Mandé mi
invitación, para entregar en mano. Narda era enredista y ligeramente traidora.
Se hizo presente
su ex-séptimo. Ella hacía grititos fingidos —¡Qué suerte que volviste! Qué
suerte que volviste!
—Sííí, una
suerte, no imagináis las costumbres perversas de Narda, quiero ahorrar detalles
para no disgustar a nadie, ¿podéis verter una copa de agua?... llegué muerto.
—No digáis eso,
os falta poco tiempo.
Le alcanzó la
copa —Os agradezco.
La tomó despacio
y habló lento, se le entornaban los ojos, por fin no vio nada y allí quedó. Mi
poción de cicuta sirvió, hasta para mandarle un frasco de regalo a Narda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario