miércoles, 24 de mayo de 2017

FLOR DE PSI


La sala de espera se tornó irrespirable, éramos dos y sentíamos presiones cálidas, heladas, tanáticas, vitales, recurrentes, psicóticas, histéricas, angustias sigilosas. Nos mirábamos y muchas veces terminábamos contra las paredes o la vereda. El otro me dijo, casi en vilo, que esas cosas provenían del psi Oliverio. Hacía un tiempo que lo notaba perdido en nubes intangibles, miradas cerradas y silencios. A mí me sucedía igual, sólo que no quería compartir con otro paciente mis vivencias, consideré que era poco ortodoxo, entre pacientes, criticar al psi Oliverio.
   Él, que tanto escuchó mis derrotas y miserias, él, que juntaba mis lágrimas con el secador de piso y las mandaba a una rejilla oculta bajo el diván. Estaba saturado de tanta escucha, tal vez, por soberbia profesional, no quiso, no pudo o no supo detener aquello que escapaba a su continencia. Lo que salía, a través de aquella puerta, eran pensamientos de Oliverio, algunos lograban huir cada vez que despedía un paciente y llegaba el siguiente. Llegó un momento donde se confundían los fugados con los de la sala de espera. Oliverio tuvo que disculparse, ante un paciente de toda la vida, relató que los pensamientos de todos no cabían en su cabeza y se perdían en la atmósfera, no lograba encontrarlos, aunque fuese para emprolijarlos un poco.
   Se consumió en pensamientos ajenos. El único modo de seguir permaneciendo en el mundo, fue para Oliverio, una ermita rodeada de un enorme jardín de pensamientos. De ellos se alimentaba, tratando así de recuperar lo perdido. No recibía a nadie. Sólo a mí. Me ofrecía pensamientos a la hora del té. Fue raro el gusto y grato compartir con Oliverio su paradoja. Todos los miércoles, a las cinco de la tarde, masticábamos pensamientos.
                                                           

No hay comentarios:

Publicar un comentario