lunes, 29 de mayo de 2017

CORONA GASTADA


   Tenía que cuidar lo que dejó, salían mis amigos, que conocían el idioma. Un trotamundos argentino pidió que le cuidáramos un bolso inmenso, en algunos días aparecería a buscarlo.
   Cuando se fue, todos miramos el contenido, había tanto dinero que daba asco, entre miedo y alegría. El Sr que arregló el baño dijo
   —¿Sabés por qué estás tan blanca y triste? Porque en esta pieza no da el sol.
   Hice cambio de guardia con los chicos y crucé a Marruecos. Tomé todo el sol de la tierra, compré cinco frascos de aceite de patchouli, para diluir en envases que pudieran venderse. Iba de minifalda, ignoraba las reglas. En el mercado un marroquí me tocó el culo. Lo corrí y le pellizqué ambos glúteos, mientras sin soltar le decía quedo —¿Te gusta que te hagan esto? ¡Contestá! ¿Te gusta?
   No largué hasta que asomó la daga. Hora de partir.
   Volví a Niza. Toqué timbre, golpeé, grité sus nombres. Apareció el encargado —Ellos dejaron el lugar hace tres días.
   —¿Y no le dijeron nada para mí?
   El encargado puso cara de condolencias y me dijo que no.
   Bajé los treinta y nueve escalones. Él, como un fantasma envuelto en lienzos y un sostén de pañuelo largo con forma de corona gastada. Habló un francés perfecto y yo uno chapucero. Lo acompañé a un saludo al sol.
   Me invitó a París. La habitación era chica, tenía un tatame en el piso, largo y ancho. Mientras estábamos en eso, me decía cosas del amor en un francés auténtico. Al amanecer lo entreví juntando sus trapos, decía —La puta madre, no encuentro la corona ¡Carajo! Dónde mierda la puse? ¿No la tendrá la mina?
   Era argentino el tipo, me di cuenta por lo obvio para la grosería.
   Un argentino de mierda. 
                                                            

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