miércoles, 3 de mayo de 2017

EN TRES POR TRES


   Entré al ascensor con mi maleta, el traslado de papeles y efectivo de las ventas del día.
   Subió un tipo que me sorteó y se detuvo detrás de mí, después otro apresurado, haciendo señas para que lo esperemos. Se colocó delante de mí.
   Nadie habló, en lo ascensores no se habla, pero se hace.
   Yo iba al piso 20. Estuvimos en nada de segundos, el ascensor rapidito, cuando bajás te da jet lag.
   Quedamos atascados en el 14, el tipo de atrás apoyó algo puntudo en medio de mi espalda. 
—Dame la maleta, sinó sos boleta.
   Mi imposible defensor está agarrado de la puerta como una araña. Cobarde. Yo entreno todos los días, tengo musculatura, pero no se nota. Aparento flacura y desamparo, le metí un codazo en medio del esternón, el arma cayó al piso y daba vueltas con disparos.
   Algunos hirieron al ladrón, la araña cobarde tenía uno puesto en la tela, en la solapa.
   El ascensor se descolgó cuatro pisos, el ladrón quedó en el piso abrazado a la maleta, chato como un cartón. Los dos estaban muertos, parecían tener más sangre que lo normal, no dejaba de fluir. Mientras me daba una ducha de sangre, lograron destrabar la puerta, rescaté la maleta y salí con un “Buenos días” normal.
   Afuera llovía a cántaros, la sangre desapareció.
   Regresé para dejar la maleta en manos de mi Jefe, la tomó con la delicadeza que hubiera tocado una mujer amada. Yo estaba con las manos agarradas por detrás y los pies haciendo punta taco, punta taco, esperando el pago. Sacó un arma y me pegó tres tiros. Fue horrible que me matara, sin saber por qué.
   Mi Jefe no era sólo eso, era “El Jefe”. Según él yo era cobarde y ladrón. Mentía y sus creyentes lo seguían en el nombre de Dios.  
                                                                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario