Sus posesiones
eran, un colchón, una mesa y una biblioteca que cubría cuatro paredes. Habiendo
sólo espacio para la puerta y la ventana. El equipo de mate lo olvidó el
inquilino anterior. Un rayo de sol daba en un rincón de la biblioteca. Chufo
hizo un esfuerzo y llegó con su brazo a otras fila de libros antiguos de hojas
amarillentas. Le interesaron todos. Quitó sus libros y emprendió la lectura, 2°
fila. Hasta no terminar la última hoja del último libro, tres años de su vida
le llevó leer lo que allí había, 3° fila. El sol iluminó una 4° fila de libros,
encuadernados a mano. Pertenecían al mejor novelista, cuentista, cantautor de
todos los tiempos: Anónimo. Chufo lo conoció, dice que era alto, flaco y no hacía
otra cosa que escribir.
No le gustaba la
fama. —Anónimo!
Lo llamó el
dueño del Bar. —Mire, tengo varios ejemplares de su autoría y me complacería
que los dedique.
Anónimo dedicó
los ciento veinte ejemplares que tenía el dueño del Bar.
Chufo tardó dos
décadas en leer al autor Anónimo. Cuando terminó la última página del último
libro, olvidó que los libros no dejaron espacio ni para darse vuelta. Puerta y
ventana dejaron de existir. Chufo respiraba por un agujero que le señalaba el
sol. Apareció gente de la Universidad, que lo liberó. Fue invitado a dar una
charla sobre el polifacético Anónimo y en qué rincón del mundo vivía. —Esa
respuesta sería inapropiada, él prefiere el anonimato. Ganarse ese lugar, le
llevó toda la vida.
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