martes, 18 de junio de 2013

QUERUBÍN

-               -¿Podés hacerme  un favor? -. – Sí me encanta hacer favores al favorecido -. Estaba al tanto de las circunstancias, era mi primo y amigo, el mejor. De chicos jugábamos y de grandes nos contábamos cuántas cicatrices y moretones tenía cada uno de las viejas peleas infantiles. Mi hermana tenía una depresión catatónica y se negaba a festejar el cumpleaños de su hijo de cinco. Cuando podía hablar decía que el niño ni cuenta se daría. Nunca supieron qué día nació. Nosotros tampoco. Vivían en el campo, sin vecinos ni visitas. Al pueblo iba el marido solo, nos llevó al niño, tenía los ojos de la madre y un proceder rústico y callado como su padre. Luego de estrujar al sobrino, casi rogamos que lo dejara unos días. Ninguno de nosotros tenía hijos y éste fue el depositario de la ternura que guardábamos para el querubín. El padre bajó la cabeza, mi hermana dormía todo el día, dijo. Aceptó que su estadía no excedería los siete días.

      Al tercer día de jugar a lo que el niño quisiera, revolcarnos en el barro, subir árboles, le dijimos que el cumpleaños sería al día siguiente. Fue a dormir sin decir nada. Le hicimos una torta de chocolate, bañada en más chocolate. Pusimos cinco velitas. Sintió vergüenza pero las apagó. Luego de comer un pedazo de torta, más grande que su mano, nos dio un beso a cada uno. Quedamos con las mejillas chocolatadas. Por primera vez lo escuchamos reír como su madre cuando era chica. Con el tiempo se transformó en alguien sombrío y callado. Cuando le apareció la panza, mi padre la arrastró de los pelos al único bar del pueblo y preguntó quién era el padre, a los hombres que bebían en esa soledad que daba la tristesitud. – Bueno si nadie contesta, señalá quien fue - . Ella señaló a cualquiera. El viejo les dijo que se casarían ese mismo día. El hombre aceptó y ella también. Mi hermana confesó a su marido que él no era el padre del niño. - ¿Cómo va a ser mío si nunca estuvimos juntos? - . Mi hermana dijo que si un día aparecía el padre del bebé, se iba. El hombre aceptó el trato.


      Cuando pasó a buscar al niño, llevó a su mujer. Estaba aletargada, pero nos abrazó a uno por uno. Le llegó el turno a mi querido primo, mi hermana lo abrazó le besó la mejillas, la frente, la boca y el cuello, ninguno se soltaba del otro. Pasó al lado del hombre y con la cabeza alta, esbozó un gracias seco. Subieron a la chata. Mi primo no se despidió de nadie. Lo único que vimos saludar fue la mano del querubín, con un osito que saludaba igual.       

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