lunes, 18 de enero de 2021

LAS VOCES QUE SE ESCUCHAN

 

   Tomábamos nuestros cafecitos de todas las mañanas. Los cafecitos tienen ese no sé qué, ¿viste?

   Había un hombre que le decía a su amigo:

   —No hay que comprar nada. Hasta que la perra no se vaya o se muera, seguirán sus testaferros que son tan hijos de puta como ella.

   —¿Y la comida?

   —Bueno, la comida es diferente, tampoco nos vamos a cagar de hambre. Si buscás precios, gastás más en nafta que comprar todo en el Cagarca.

   —Sí, yo adhiero a lo que decís.

   Para entrar y hacer nuestro pedido, había que sanitizarse las manos, ubicar los barbijos y los anteojos. Nos atendía Micaela, oriunda de Orense. Tenía ojos color mar y me enseñó ejercicios para favorecer mi brazo partido, operado y enyesado. Cruzamos a dar una vuelta a la plaza. Yo camino para un lado, mientras miro para otro lado y fue así que me caí, vinieron dos personas que ayudaron a ponerme de pie, no supe cómo agradecerles. Les quise comprar dos cafecitos:

   —De ninguna manera. –Dijeron los dos a coro-.

   Mientras Andrés gritaba:

   —¿Cómo podés ser tan boluda?, salen caras tus caídas.

   Todo esto mientras me empujaba al auto, de prepo.

   Había un Señor en el Geriátrico que queda a media cuadra. Estaba esperando para ver a sus Padres, vino la yuta, lo retó y se lo llevó.

   El Señor volvió al día siguiente:

   —Desde que comenzó esta pandemia insolente, hace casi un año que no veo a mis Viejos.

   Tenía ojos tristes e hinchados, de haber llorado. Me dieron ganas de abrazarlo, le mandé una medialuna y por vez primera sonrió.

   Entró una Señora que dejó su auto en marcha, con puertas y ventanas abiertas, había un niño con cara de dulce de leche, nos saludaba como un huérfano, le gustaba la barba larga y blanca de Andrés.

   —Papá Noel, ¿no me podés comprar una bicicletita para la próxima Navidad?

   Él respondió:

   —Tengo una bicicleta de cuando era chico como vos, ¿te parece?

   El Niño le contestó:

   —¡Viento! Sos un Papá Noel muy generoso.

   No terminaba nunca de tirarle besitos. Apareció su Madre, con una bolsa de papas fritas:

   —Éste será tu almuerzo de hoy.

   Andrés condujo con prudencia desacostumbrada. Llegamos a casa y comió apenas. Estaba preocupado:

   —¿Cómo no le pregunté al Niño su dirección?, ¿cómo no le pregunté su nombre y apellido? No le voy a poder llevar la bicicletita que me pidió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario