Estoy en la
puerta de casa. —Taxi!
Se detiene,
clava los frenos y empapa mi ropa de arriba abajo, pobrecitos los zapatos, se
hundieron en el barro. El tachero dice:
—Va a tener que dar la vuelta, las dos puertas de atrás
cerraron para siempre.
Di la vuelta y
metí mi humanidad en el tacho de piso mojado, butaca mojada y dos ventanillas
abiertas. —No se moleste, esas están abiertas y no hay forma…
Dejé de escuchar
su voz de chanta mal barajado, le di la dirección. El tipo, a esta altura, dejó
de ser “Taxi”, “Chofer” o algún otro nombre más digno que “tipo.”
Yo puteo por la
lluvia y el tipo me deja en el lugar donde lo tomé. —¿¡Qué
hacés!? -Le pregunto-.
Me mira por el
espejo ausente y dice: —Pensé que con semejante chaparrón, volvía a su casa.
Él, con cara de
piedra tandilina me dice:
—Guarda que se puede quedar con la puerta en la mano,
son cientoveinte pesos.
—¿Vos que te
pensás, me ves cara de estúpida?
Abro la puerta y
ésta se sale, intento colocarla y me queda medio piloto italiano, adentro,
escucho: —¿Ves, boluda? Si me pagabas, no pasaba nada con tu indignación, ese
arreglo te va a costar lo mismo que el viaje.
Mi Mamá pregunta:
—¿Cómo te fue? ¿Enganchaste algún muchacho?
Tiene
desesperación porque encuentre un tipo y me vaya de lo que ella considera, “su
casa”. —Sí, quedamos en que mañana nos vemos, un tipazo, si vieras.

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