Cuando ocupamos
abajo era todo tan manso, que las brisas que entraban y las de afuera,
acariciaban. El que nos alquilaba, no nos cobró más y con ojos cerrados, dijo
que la parte de abajo era nuestra.
Yamir y Cala son
felices, todos vinieron de Turquía y sonríen, no se escuchan bombas lejanas, ni
tiros cercanos. Yamir tiene dos hermanos sin esposas, aunque tienen ganas, Rimo
y Travel eran seres que amaban el sol y sus adyacencias. Hubo un día de truenos
y relámpagos, presagiando una lluvia de dos meses.
Los cuatro
habitantes de abajo advirtieron el auto viejo, del cual salieron seis personas
erguidas, a pesar de la lluvia y los rayos. Bajaron maletones, tres roperos,
una mesa con seis sillas enanas, cuatro lámparas, una heladera y varios
sillones cómodos y discretos.
—Entonces no era
un auto, debió ser un camión.
Cala fue la
única que acertó: —Es un auto acamionado, le calculo unos treinta años.
Yamir, que se
creía el rey del mambo, corrió a darles la bienvenida. Toda la familia de abajo,
ayudó en la mudanza, distribuyendo los muebles a su gusto. A la Señorita
Kintach, le pareció una intromisión desmedida: —Les agradezco su buena
voluntad. Nos gustan las camas en el centro del lugar, formando el mandala que
nos representa, una estrella de seis puntas.
—¿Duermen
juntos?-Preguntó Travel, de chusma-.
—Somos seis
hermanos, dos mujeres y cuatro varones, vinimos de Corea, gracias a un Tío que
nos regaló la parte de arriba del casón.
No estaba previsto, pero sucedió. Rimo y
Travel se esposaron a dos de las coreanas.
Hubo problemas,
los de arriba se hacían amigos de los de abajo y en los mejores acuerdos
surgían discusiones peligrosas. Ambos grupos tenían familiaridad con la guerra.
Entre las mujeres esas situaciones les hacían perder de vista, el lugar mágico
en el que vivían.
En medio de una
trifulca, Rimo, que era un ser de escasas intervenciones, habló de corrido y
con ceño liso: —Debemos intercambiar lugares, los de arriba que vivan
temporadas abajo, en sus tiempos de arriba almorcemos juntos en el jardín
común.
A todos les
pareció una putada, la propuesta, pidieron armamento a sus respectivos países,
que compraron para quedarse con los retornos, elementos de última generación.
Durante la madrugada, se cagaron a bombazos y los tiros baleaban lugares
inexistentes. No quedó ningún sobreviviente.
—¿Y la casona?
—¿Qué casona?

No hay comentarios:
Publicar un comentario