sábado, 7 de abril de 2018

COMPLICADO


   —Con la jubilación me organizo.
   Doña Francis es una mujer de mucha decisión y alto mantenimiento. Ella no podía resistir sus deseos de comprar.
   Tiene una zapatería bajo el edificio. —¿Qué necesita , Sra?
   —Quiero probar aquel zapato verde.
   —Le va perfecto.
   —Lo llevo.
   —¿Caja o bolsa?
   —Bolsa, trajo el izquierdo, yo quiero el derecho, además me tiene que cobrar la mitad.
   Estas chicas que ponen de empleadas no entienden nada.
   —Ud disculpe, pero los zapatos se venden por pares.
   —¿Y por qué voy a llevar dos si quiero uno? Es humillante, pero puedo pagar uno sólo.
   Contesta la tontuela: —Déjelo, Sra, cuando pueda llevar el par, prometo una rebaja interesante…
   Doña Francis no terminó de escucharla, se fue dando un portazo sin sonido, ahora las puertas cierran solas y despacio.
   Siguió caminando, con tacos que parecían tomar rutas distintas. Enfiló para la casa de ropa, flasheó con un vestido rojo:
 —¿Cuál es el precio, mija?
   —Tres mil novecientos.
   —Bueno, lo pruebo.
   Entra al probador, es previsora y siempre lleva una tijera en la cartera, por seguridad, o como en este caso, al escote muy  ceñido le realizó un tajo seductor, sin llegar al escándalo. El vestido no era de ruedo desigual, que es la moda cool. Lo extendió en el piso y le hizo un ruedo con tajos desparejos.
   —¿Le va bien Sra?
   —No se te ocurra correr la cortina, por ahora el recinto es mío.
   Guardó la tijera a buen recaudo y lo probó. Un espanto, era obvio que era segunda selección. Salió con la prenda hecha un bollo y la arrojó en la mesa.
   —¿Lo lleva, Sra? Le hacemos un descuento si el pago es cash, con tarjeta es un poquito más.
   —No lo llevo, no me va el color, el corte…hasta la confección es mala. El precio me va grande y no es “cash” es “cache”. Un consejo de vieja: tírelo a la basura…
   —Sra, es un delito lo que hizo con esta prenda, tendré que presentar una denuncia.
   —Pedazo de irrespetuosa, yo te haría una denuncia, pero por un trapo viejo, no vale la pena.
   Doña Francis, esta vez sí pudo dar un portazo con ruido y rajadura de vidrio. Quiso distraer tanta felonía y buscó un bar, pidió un cortado, le pareció un horror la gente caminante, tan ordinarios, hablando a los gritos, con esas cucarachas que les reemplazan una mano. Pidió la cuenta: —Srta, el café estaba frío y aguado, la leche cortada, la mesa pringosa y Ud, con esas uñas mugrientas, que no observé antes. No voy a pagar por este insulto.
   Le habían recomendado una casa de sweaters de lana, se avecinaba el invierno y todos sus pulóveres, llevaban el registro de mordidas de polillas.
   La encantó uno tejido a mano, con un primoroso bordado.
   —¡Hay cómo me gusta éste!
   La empleada le sonrió con dientes vendedores: —Pase por aquí. Tiene razón, es divino, ya verá.
   Doña Francis se miró al espejo y le pareció un tanto largo. Encontró la lana de cierre y haciendo un pequeño ovillo, que iba engrosando.   Se entusiasmó más con la tarea del ovillado, que con el sweater. Volvió a la realidad cuando miró al espejo. Le llegaba a las axilas.
   —Srta, Ud me va a disculpar, pero me va muy corto, demasiado.
   La empleada quedó con la boca tan abierta, que Doña Francis aprovechó para huir, mezclarse entre la gente y subir a su Depto. Buscó las agujas de tejer, se quitó los zapatos, los reemplazó con sus gatos pieseros y con el ovillote del sweater, que no compró, empezó a tejer uno nuevo. No gastó un peso.

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