Llegué a la curva,
había una chacra, una casa blanca y una mujer. Bajé del auto y le pregunté si
ella había visto, dijo que no, era ciega, dijo. Miré el espejo retrovisor, me
mintió, juntaba tomates y los distribuía en bolsas diferentes. Seguí hasta el
Puesto Policial y señalé los del fondo, viejos, oxidados. Me permitieron verlos,
los toqué uno por uno, hablé en un hilo, mi voz no daba para más. Aseguraron
que no. Eran Policías de la tierra, hablaron con verdad. Salieron a bichar cómo
me iba. Seguro que era la primera persona que veían, en el medio de la nada,
todo campo liso. Nunca nadie. Entré en Las Flores, pedí el diario por si había
algo escrito, una foto, algo, me dieron el del día anterior y el anterior al
anterior. Nada.
El Hospital,
odio los hospitales, un médico o el director, qué importa, hacía más de dos
meses que nunca, repitió nunca. Le creí. Conducía en camisón y descalza, loca,
estaba loca, pero debía hacer el mismo recorrido, igualito. Busqué el Estudio
de Tancredi, el chimango, más que un ave negra, en Azul, por ahí vomitaba
alguna humedad que me sirviera. Me hizo esperar, había una foto del hijo
escalando, había muerto, escalando. Cuando apareció y dijo “Pase”, corrí hasta
el auto.
Me dio asquito
el viejo choto. Llegué a Tandil, estaba mi hermano en la puerta, lo quise
abrazar, hacía un calor de putas y él, con sobretodo me pidió las llaves del
auto. Las revoleé a los yuyos de enfrente. Lo empujé contra la pared, él es
alto, yo baja, pero una loca tiene más fuerza que nadie, le apoyé el codo en la
garganta —Papi y Mami están juntos desde los trece años,¿entendés?
Zafó y cruzó a
los yuyos a buscar las llaves. Lo seguí, las encontró, dijo —Sí, pero están
muertos, juntos, murieron juntos, nos dejaron el campo, el piso de Buenos Aires
y los seg…
Todo daba
vueltas, me desvanecí. Cuando volví en mí, él partió en el auto, con el
sobretodo puesto. 
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