En el centro de
exposiciones ABOMBATE había una muestra de dos grabadores. Aparecieron en un
diario local. Tomando café miré sin mirar y a pesar del mal papel y peor
impresión, me parecieron trabajos interesantes y leí a qué hora abrían. Suele
ser un lugar de comportamiento avieso, para con sus expositores. Capaces de
ocupar una tarde, con su atardecer y al día siguiente quitar lo del día
anterior y reemplazar todo por arreglos de flores muertas, con autorías
locales, mujeres en general o mujeres de generales, terratenientes o lavadores.
Entré con
sigilo, había mucha gente tapando las obras y hablando boludeces. Conozco algo
del arte de la espera. Se cortó con bocadillos y salames caganoli, queso sin
estacionar y vino. Las cirugías, los colágenos, los fratacho clase a, b y z
cubrieron el centro del comedero. Zona libre para ver cada uno de los trabajos,
de cerca, de lejos, éramos tres los que mirábamos. Los tres sin cirugía y
peinando canas, hasta teníamos los mismos gustos. Nos quedamos con la obra del
barquito navegando aguas azules y turquesas.
Apareció el
autor, con un vaso de papel, la mitad tenía vino, sonrió humilde hasta que el
amigo, caído de la nada, le pidió un traguito. Nadie se había preocupado en
brindarles un escabio. Sentí la obligación de disculparme por lugareña. Ellos
fueron parcos: - No te preocupes, se nota que vos no.- Felicité de rigor,
preguntaron dónde habría una pizzería cerca. Las viejas loros cirujeras ni un
cacho de salame les dejaron. Indiqué una, son todas malas, iguales. Les advertí
la manía de cobrar lo que no es. El del barquito cerró los ojos diciendo, por
eso nos vamos y no creo que volvamos.
Apareció la
Curadora allá a lo lejos, trayendo un discurso de memoria. Ellos no tuvieron
más remedio que quedarse. Los que miraban conmigo y yo, huimos. Prendimos un
pucho a la salida con un chau, sin la u final, nos fuimos a la mierda, cada uno
por su lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario