Mientras hacía
su trabajo, salió de shopping. Quedó pegada a una vidriera, se tapó con las dos
manos los reflejos externos, para ver mejor. Tanta piedra preciosa, puntillas,
transparencias, calzas al tono, gatopardo mezclando interrupciones de rayas y
lunares rojo fluo con naranja y azul sin Francia, zapatos dorados, montados en
plataformas de amianto verde loro. Sus ojos no daban abasto para encerrar tanta
maravilla.
Le dieron ganas
de entrar y probarse todo. Cuando abrió la pesada puerta salió a su encuentro
una empleada, con “sonrisa comprame” —Pasá,
por favor ¿qué necesitás?, te ayudo, hay unas calzas ideales para vos ¿te gusta
alguna?
Ella preguntó si podía probarse el vestido de piedras preciosas —¿El que está en la vidriera?
Ella preguntó si podía probarse el vestido de piedras preciosas —¿El que está en la vidriera?
Ella asintió
melindrosa.
—Se ve que tenés
buen gusto y es tu talle, lo saco a condición que lo lleves, es toda una tarea
quitar esa belleza de la vidriera.
Ella dijo que sí
lo compraría. La empleada, mientras sacaba el vestido, sonreía con todos los
dientes —Da cierto trabajo, tenés que esperar unos minutos.
Estaba
extasiada, pero el reflejo de la cara de la empleada, de espaldas, le devolvió
una boca de fastidio, que viraba en sonrisa cuando volvía a estar de frente.
—Bueno, por fin
lo logré, acá está, mirá que es diseño único y seg…
La empleada
interrumpió su discurso, ella puso voz de mando —Estoy apurada, decime dónde está el
probador.
—¿Te lo vas a
pro…?
—Por supuesto,
quiero ver qué tal.
Le arrebató el
vestido de las manos y se introdujo en el probador. Dio laburo quitar su propia
ropa, vio su imagen en el espejo y fue como mirar a otra, perfecta, canchera,
se besó a sí misma. La empleada entró en el espacio escueto como un Isis. —Parecés
una princesa, lo más ¿lo llevás?
—¿Cuánto cuesta?
Cuando la
empleada cantó el precio, ella dijo lamentarlo, el vestido bien, el costo le
quedaba grande. Le llevó tiempo volver a su ropa original, entre los pantalones
azulitos, la camisa, chaleco anti balas, las botas, el cinto del revólver y la gorra.
Dio las gracias, con venia, un compañero la esperaba afuera.
—¿Y? ¿Te
compraste algo?
Ella no lo miró, sacó su celular y habló —De
la galería, el segundo negocio, a la derecha. Esta noche, zona liberada. 
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