Por los gritos
me enteré que el tipo se llamaba Lucas o Boludo, una pareja joven, un hijo y un
perro. No necesitaba despertador, el primer grito me hacía saltar de la cama —¡¡¡Lucas
llevá el chico al colegio!!! Ni sacaste la basura, el perro rompió la bolsa. Me
voy a laburar y dejo todo hecho un kilombo, poné tu ropa a lavar, los vaqueros
se paran solos y tus camisetas tienen olor a chivo. Pongo el auto en marcha,
sale “la ella” y pregunta si la puedo dejar en el centro —Disculpá, pero no tengo
ni para el micro y el destino de mis días es lidiar con treinta bastardos que
desaprenden todo el tiempo, se me rompió el auto, llueve, viste qué asco la
humedad. Me gusta la música que escuchás. A nosotros se nos jodió el equipo…es
acá en la esquina.
Frené al toque,
se bajó y seguía hablando sola. Volví a casa, me olvidé las llaves del local.
Justo salía
Lucas, le ofrecí llevarlo a su taller
—¿Cómo sabés dónde trabajo?
Pensé decir que
por los gritos de “la ella”, por supuesto le contesté en civilizado —Te veo
siempre, es frente a mi negocio.
Hablamos de su
perro y mi gato, que solían pelear como perro y gato, del tránsito infernal, de
la inflación, que no daba respiro, la inseguridad, en un momento comenté que todo
era el resultado de once años de la Estúpida K-Chorra. —Ché, pará un poco, que
yo soy Kirnerista.
Casi me hace
chocar —No te puedo creer.
Continuó con un —Sííí
y a mucha honra.
Abrí la puerta
del auto —Bajate, no me gusta viajar con Kakas.
“La ella” tenía razón, Lucas era un boludo
mugriento, dejó el auto con olor a chivo, a culo, a milanesa frita.
Pensé en el hijo
de ambos ¿Sería un futuro Karambolito? Pobre pibe, qué jodido.
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