No estoy triste,
soy triste. Me siento cómoda, tiene sus beneficios, en los velorios no lloro,
con verme la cara la gente piensa que el finado me conmueve y para nada. Era un
mal tipo, padre de mi mejor amigo. Llegué a mi estado confusional y en vez de abrazarlo y decirle el clásico
“Lo siento mucho”, le di tres palmadas en la espalda y le dije “Me alegro
mucho”.
No se
sorprendió, en esos momentos todo se perdona, existe lugar solamente para el
dolor que inunda el alma, el corazón y si quieren podemos pasar a otras
vísceras.
Pasado el duelo
mi amigo siguió con cara triste, las personas decían que teníamos tanto en
común con nuestras caras, que parecíamos hermanos.
Él se quedó a
vivir solo en esa casa gigante de articulado innecesario. Llamaba para que
fuera, no me podía negar, era mi único amigo, nadie me soportaba, a todos les
resultaba deprimente.
Propuso que
trajera mis bártulos y viviera con él. Me vino bárbaro, yo no tenía dinero ni
para pagar el alquiler del mes próximo. Me encargué de la cocina y la ropa, mi
amigo hacía los pisos y retretes.
Mirábamos juntos
películas con papas fritas. Una noche de tormenta me asusté con los truenos y
me metí en su cama. Una cosa trajo la otra y nos casamos. Seguimos con caras
tristes, según él, por el contagio que le producía verme todos los días.
Descubrí que él también era triste. Fue paradojal, porque nos divertíamos con
cualquier pavadez.
Nuestro primer
hijo nació llorando y nada le daba consuelo. Buscábamos nombres en libros
viejos, almanaques, la Biblia, Cien años de soledad. El nombre lo decidió su
actitud. Le pusimos “Triste”. Cuando creció se hizo trotskista, no fue
apropiado para los tiempos. Lo sobornamos con un pasaje a Tenerife. La
extrañadura nos hizo vender la casa y fuimos a vivir con él. Se sorprendió al
vernos, ni lo imaginaba, no le avisamos de nuestra llegada. Tenía una mujer y
una niña por nacer. El nombre estaba decidido, se llamaría “Tristeza”.
Cuando en
Argentina volvió la democracia, nadie quiso retornar. Estábamos en un lugar que
parecía elegido por Dios, para pasar sus vacaciones. La gente del lugar nunca
preguntó porqué teníamos cara de tristes. Cuando supieron que éramos argentinos,
quedó todo dicho.
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