martes, 13 de septiembre de 2016

UN INFIERNO PERMITIDO


   —¿Sabés lo que dijo el Dr. Dinero? No tenemos que aprender más Medicina, ahora debemos aprender a venderla.
   —¿Y vos?
   —Yo nada, no merecía respuesta.
   Tiempo antes llevé a mis hijas de doce años a realizarles el primer pap. Ambas quedaron horrorizadas, no hubo lugar de sus cuerpitos, libre de sus manos. A Pilar le pasó la lengua por sus incipientes mamas. Hice la denuncia correspondiente en Tribunales, no la tomaron, era un médico prestigioso y un abogaducho acotó que mis hijas fantasearon. Me pareció tan degenerado como el maldito Dr. Dinero.
   Pasaron años de aquel episodio, las chicas recibieron atención terapéutica. En la actualidad, las dos estudian Psicología en Buenos Aires. Aquel abogaducho mutó en Fiscal.
   Ocurrió un episodio de violación múltiple a una niña de trece años, que luego fue arrastrada por una camioneta, marca “que parezca un accidente”.
   El Fiscal Gustavo Morey adujo que se realizó con consentimiento de la víctima. Fue publicado por todos los medios, locales y del país.
   Los habitantes del lugar soñado concluyeron: “por algo habrá sido”. De genocidas compulsivos, era de esperar: “la niña era una puta bárbara”.
   El nombre de la víctima se supo de inmediato, los nombres de los victimarios se esfumaron, encubiertos con la anuencia del Poder Político.
   El pueblo olvidó el episodio en menos de veinticuatro horas. La capacidad de ausentar de la memoria historias de esta índole es envidiable o nauseabunda.
   Y a vos, Gustavo Morey que Dios y La Patria te lo demanden.
                                                                

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