LES ENFANTS DU PARADIS
Tuvimos onda ni
bien nos conocimos. Una maestra excepcional, que llegó a ser Inspectora General
de Escuelas. Madre de tres hijos que hacían Teatro conmigo. Asistía a los
ensayos. En los espacios de descanso descubrimos que nuestros gustos literarios
eran idénticos y los cinéfilos también. Mirábamos películas blanco y negro,
antiguas. Un día, en su casa, dijo que le daba asombro que a pesar de nuestras
diferencias de edad, charlábamos de igual a igual. Confesó que le gustaban las
personas que tomaban vino tinto y fumaban Particulares. Nuestros encuentros
eran precedidos por el Dios Baco y un pucho tras otro. Se reía mucho, porque yo
decía todo lo que pensaba, a ella le ocurría igual, así fue como en lugar de
ganar amigos, los perdíamos. A nadie le gusta tal proceder. Durante la
Dictadura Asesina, mataron a sus tres hijos. Mi viejo, ante el horror, me mandó
a una Venezuela, con cientos de exilados. Allí me enteré, vivía en Francia,
conoció un argentino que tocaba la guitarra en los subterráneos, tuvieron una
hija. Un bálsamo para tanto dolor. Regresó cuando empezó la Democracia. Yo
tomaba un cafecito en el bar de Bellas Artes, ella apareció en el vano de la
puerta, nos encerramos en un abrazo sin lágrimas. Preguntó si vi la película de
anoche y sí, la misma “Les Enfants du Paradis”, de Marcel Carné, con textos de
Jaques Prévert y el inefable Jean Louis Barrault. Bueno, dijo, nos regalaron el
poco humanismo que prevalece y espero crezca, siguió con su charla lúcida y mis
oídos atentos. Cuando la humillación de Obediencia Debida y Punto Final,
tuvimos un encuentro, conocí su niña, de ojos adultos y curiosos. Volvieron a
Francia. No la vi más. Mi último recuerdo es una boina roja caminando hacia la
puerta final de la Facultad de Bellas Artes.
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