lunes, 26 de septiembre de 2016

SAI CHIEN ARGENTOS


   En Ezeiza los aviones de todas las líneas, inclusive los de Aerolíneas Argentinas, funcionaban con horarios, partidas y regresos de una exactitud británica.
   Chela y Basilia llegaron a tiempo, gracias al sobrino, corredor de autos. Fueron recibidas por un empleado de smoking que trasladó sus maletas e indicó cuáles eran los pasos a seguir. Entregaron pasajes y pasaportes a una señorita excedida de buena educación, que las condujo a una manga forrada en terciopelo verde, con pisos neumáticos. Dos azafatas perfumadas, con agua florida, señalaron sus butacas, anchas, tan anchas y mullidas que daban sueño, de hecho se durmieron antes del despegue. La ingesta, importada de Francia, acompañada con vino Toro en sachet y el postre, fresco y batata, con una copita de Licor de las Hermanas.
   El destino del viaje era China. Aterrizaron en Beijing —¡Chela nos obsequiaron las mantas de viaje!
   Basilia le pidió a su amiga, que no hiciera ostentación de asombro. —Sí, tenés razón, una persona distinguida debe llevarla a la sans faꞔon
   Descendieron por un tobogán de plástico doble y luces cegadoras. Cintas   veloces las depositaron en microautos, con sobresaliencias para las maletas. El chofer las dejó en el Hotel, donde tenían reservas, Chela le preguntó, en un inglés chapucero, cómo sabía el destino —Pol la SIDE señola, usteles son viejas, es al pelo lo que hacen.
   Basilia puteó por el tipo que las trató de viejas y por la SIDE —Gronchos de mierda.        
   Chela propuso dejar los bagayos en el Hotel, tomar una ducha y salir a recorrer. Ambas tenían un Jet Lag importante. Había beneficios de masajes orientales, que se presentaron de inmediato y las dejaron como nuevas.
   Dieron vuelta  a la manzana, Chela dijo 
—Cuántos chinos que hay en China, siento que respiro chino.
   —Sí, pero fíjate cómo nadie atropella a nadie, ni se rozan.
   —Porque son flacos. -Dijo Chela-.
   Basilia le explicó, imitando los orientales —No seas bestia, es una cultura milenaria, caminan con sigilo y respeto.
   Entraron a comprar unas baratijas y mientras una, casi niña, las atendía, comenzaron a rodearlas chinos que las miraban, se iban pasando la voz para los que no llegaban a ver las adquisiciones Che-Basi, cuando salieron, todos saludaron inclinando las cabezas levemente.
   Pasaron un mes, todas las mañanas cruzaban a la plaza y hacían Tai-Chi con los divinos.
   Un mal día llamaron sus maridos, exigiendo regresos inmediatos.
   Ambas llevaban cuarenta años de casadas. Habían embargado sus casas, vendido los autos, llevaron tarjetas y todos los ahorros, de ellas y los de sus maridos.
   Les cortaron en la oreja. De tantos masajistas, Taxi Boys y otros humos, hablaban como chinas perfectas. Fue en la vejez donde conocieron el éxtasis del jubileo.
   Nunca retornaron.       
                                                                                 

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