—¡¡Fuera de mi
casona!! Ja! Juez de Menores y no sabe nada, como todos los jueces, que reciben
algo a cambio, pero yo de eso no bebo. Sabrina tiene dieciocho años, es mayor
de edad y puede hacer lo que quiera. Burro, tonto, piérdase en el horizonte.
María vio y
escuchó las palabras de Gerineldo.
—Miren ustedes
qué cosa, finalmente Gerineldo tenía pelotas debajo de su panza.
Él les ordenó a
las mujeres:
—Cierren las
puertas con triple llaves y candados de bronce. A Sabrina me la dejan afuera,
le tengo una sorpresa: un trianón que construí con mis propias manos, las
mismas que le recorren el cuerpo de noche y de día.
Sabrina se
arrodilló para agradecer y subió la cabeza lentamente, hasta morderle la…la…,
bueno, eso.
La cúpula era de
vidrio blindado, cuando el cansancio los vencía, miraban la luna y las
estrellas.
—Yo me sé los
nombres de todas las estrellas.
Gerineldo
replicó:
—Mi joven e
ignorante querida, “no se dice yo me sé”, se debe decir “yo sé”. El “me” no va.
Más que por viejo, por sabio, las estrellas son cincuenta. Quiero convertirte
en Condesa y si te asomás al balcón circular, me gustaría que estuvieras
desnuda y en camisón.
María llamó a
las otras dos, para que miren y comprendan el significado de la injusticia:
—Ahora nos
quedamos solas y encerradas, sin ningún amante. Nadie llamará a nuestros
aposentos, vamos a extrañar al petimetre panzón e ignorante.
Lloraron todas
su ausencia. Menos la Profesorda de Literadura, que casi vivía en otro planeta
y no le importaba lo que sucediera alrededor. María y Pirola, rompieron
cerraduras y candados, corrieron al trianón donde Sabrina estaba sola, le
arrancaron los pelos, le dieron trompadas y puntapiés.
Apareció
Gerineldo:
—Qué formas
adopta la cobardía, miren que tomar como enemiga a las más desamparadas de
todas.
A las doce de la
noche, escucharon los cascos de muchos caballos.
Nota de la
Autora: Continuará.

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