martes, 29 de junio de 2021

TSUNAMI

 

   Las olas arremetían contra su cabaña palafita, construida por él mismo. Primero temblaron las columnas de madera. Flotó la cabaña después de arrancar puertas y ventanas.

   Él estaba a cierta distancia, volvía de hacer la compra y encontró el mar calma chicha. Pudo rescatar su escritorio, la mesa, dos sillas de caña y cientos de libros mojados que arrastró en una red hasta los de Nilda, que tenía secadores porque era peluquera. Secó hoja por hoja cien libros, los demás los dio por perdidos. Cuando llegó a la playa donde había una pérgola, encontró todos sus escritos, estaban secos, era su último libro que constaba de 180 páginas. Juntó hasta la página 180.

   Le pidió prestado el jeep a Nilda, la Peluquera. Llegó a la imprenta algo tarde. Entregó el borrador de su libro. Dijo el Editor:

   —Vos sabés que ahora que lo leí, no me gustó para nada. Pero no te desalientes, empezá a escribir otro.

   El escritor lo miró y pensó: este se cree que algo que me llevó cuatro años se lo entregue en seis meses.

   —Tenés talento, escribís muy bien. Para enganchar un lector, hay que tirar un anzuelo que lo amarre y no pueda pensar en otra cosa. Ellos al terminar te van a comer crudo. Tus finales les van a quitar las ganas de creer que todavía existe la lectura.

    El Escritor le contestó:

    —Escribo porque me gusta, no para satisfacer a un lector, ni esperar ningún dinero a cambio de lo que hago. Usted es un Editor que no entiende de estas cosas, no me voy a molestar en explicarle nada.

   Pero una pequeña venganza, no le hace mal a nadie. Durante una reunión de Editores consagrados, dando esas conferencias que hacen bostezar, lo descubrió sentado entre dos damas, estaba con la boca abierta. Le ensartó el anzuelo en el paladar, tenía la caña, la tanza y el anzuelo, que el pelotudo del Editor se lo tragó. 

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