Gerineldo con
dos rivotriles encima se sintió humillado.
—Papel higiénico
no preciso, prefiero usar el bidet. La Profesorda de Literadura es la única de
estas mujeres que no probé, mis otras mujeres finalmente me aburrieron.
Se presentó de
inmediato, vestida con un tahier gris, camisa y corbata. Gerineldo se ocupó de
desvestirla, cuando la tuvo desnuda casi desmaya. Tenía tetas de cabra y un
culo chato y caído, debía ser porque siempre estaba sentada leyendo o
escribiendo.
La Profesorda se
arrojó sobre su panza, más gorda de
tanto encierro y comiendo como un orangután.
Cuando él miraba hacia abajo, no podía ver su sexo,
aunque lo tenía erguido, encontró que la Profesorda carecía de agujerito.
—Hay otras cosas
que podemos hacer.
—No pienso usar
mi boca en ese escroncho, prefiero leerte en voz alta.
Gerineldo le
dibujó sus partes inexistentes con una navaja. La Profesorda, muda de espanto,
le permitió hacer lo que se acostumbra.
Gerineldo
descubrió que era insaciable. Cuando la besó tenía bigotes y le faltaban cuatro
dientes. La arrojó de su cama al piso.
—Si hubiera
sabido no te convocaba. Me da aprensión verte desnuda, vestite en el pasillo y
seguí leyendo, no necesitás nada, no te enterás de nada, en definitiva no sos
nada.
Hizo bien en
despedirla, prefirió estar solo, antes que mirar ese esperpento. Decidió llamar
a sus otras dos mujeres que le dijeron:
—¡No!—al
unísono.
Le extrañó
Sabrina que era la más insaciable de las dos. Gerineldo se asomó por la ventana
para mirar las otras casonas, tenían carteles de “Se Vende”.
Compró todas y
las hizo escombros. Le dio alegría recuperar el horizonte. Sus mujeres se
ofendieron, porque las casonas tenían hombres atractivos, para probar otras
cosas. Cuando Gerineldo intuyó lo que pasaba, las metió en la diligencia que
perteneció a Catalina Chanchorena y las mandó a la Ciudad.
Su decisión le
quitó tres pesos de encima.
Gerineldo fue
sobreseído, pero tanta soledad la reemplazó comprando un lote de vacas
preñadas.
Nota de la
Autora: Continuará.

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