—Los convoco a
los dueños, menos a María por su parto inminente.
Distribuyó el
trabajo, Gerineldo se ocuparía de trasladar los escombros de la columna, con la
ayuda de un caballo y tres sogas atadas en la espalda. Él tenía la fuerza de un
toro en celo.
Había quedado un
pozo de hierros partidos y oxidados. Del Rolls Royce, la Profesorda rescató la
estructura que quedó y la enderezó con sus propias manos. Colocaron una roldana
para subirla hasta el techo y enterrarla. Entre Gerineldo y la Profesorda
lograron que quedara erguida. Fabricaron cemento con residuos de escombros y
agua. Cubrieron la base hasta llegar al tope del techo.
En tres días
secó toda la columna. Justo el lugar en que esos aposentos quedaran igual como
estaban. Creció la admiración a la Profesorda de Literadura. Ella, con voz y
cuerpo exhaustos, les habló de su historia. La compró como esclava, una familia
que la fustigaba por puro gusto. El hijo varón de esa familia entraba en su
pieza y entre revolcón y revolcón le decía que la amaba. Se retiraba de la
pieza diciéndole:
—Sos una negra
puta, como todas las negras.
La Profesorda
tuvo dos hijos, murieron al comenzar la pandemia. El día del entierro por la
noche se escapó. En la ciudad, un mecenas le dio la posibilidad de estudiar
bibliotecología. Los Profesores quedaban boquiabiertos por la inteligencia de
una mujer negra.
—A los negros
nos consideraban inferiores, pero yo les pude retrucar cuando me entregaron el
título de Profesorda de Literadura.
María y Pirola
lloraban por la historia injusta de aquella mujer. Se convirtieron en amigas
las tres. Cada vez que Gerineldo las escuchaba, ellas lo ignoraban y hasta lo
mandaban a dormir.
Gerineldo se
sintió despectado y se los hizo saber:
—Tengo turno
para vacunarme mañana.
Preguntó María:
—¿Y nosotras
cuándo podremos vacunarnos?
Gerineldo pensó
que con la suma de las tres, no llegaban ni para hacer una sola mujer. Lo
atropellaron todos los pensamientos juntos y eligió vengarse.
Nota de la
Autora: Continuará.

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