Morir de frío
para que tres boludos icen la bandera, casi todos llevaban blazer azul, si no
tenía que ir con guardapolvo y no me dejaron poner uno que me tejió mi Mamá, de
lana gruesa con doble abotonadura. Ése lo tenía que dejar, porque no
correspondía y así conocí la Antártida del Colegio. Mamá dejó una tarta en el
horno y fue volando a quejarse. Me dio orgullo lo que dijo mi Mamá:
—Por culpa de
ustedes mi chico tiene gripe.
Las Maestras
miraban cómo tiritabamos en los recreos del patio.
—Ustedes no
tienen vergüenza.
Una Maestra
despistada la interrumpió:
—Señora, hacemos
lo que podemos.
—Por favor no me
interrumpa, sé que estamos viviendo tiempos aciagos, hay un Alborto de
Presidente y una idiota le dice lo que tiene que hacer.
Otra Mamá me
contó el otro día:
—Yo de política
no sé nada.
¡Mentira! Se
ve que esa mujer no fue nunca a un Supermercado, eso es política, ver que las
cosas imprescindibles no se pueden comprar. Ustedes no disfrutan de los chicos,
los sufren.
Mamá prendió un
cigarrillo. Dijo la Directora:
—Acá no se puede
fumar.
Mamá le tiró
humo en la cara.
—Usted es la
autoridad de este Colegio. Lo menos que podría hacer es renunciar.
La Dire no
paraba de toser.
—¿Por qué no lo
cambia de Colegio?
—Me gusta que mi
hijo vaya a un colegio público, los privados enseñan menos que ustedes y son
más caros, ja, ja, ja. Todo se puede resumir en una sola clase: “Este Gobierno
nos está matando”.
—Mamá, estuvo
buenísimo lo que dijiste y por propia elección no quiero ir a ninguna escuela.
—Bueno, acepto,
pero seguí estudiando en casa.
—¿Cómo? Si
precisamente no voy a la escuela porque hay que estudiar.
—Después de
todo, tu Papá y yo, aprendimos más en la calle que en la escuela.
Pobre Mamá, olvidó
la tarta que estaba en el horno y se quemó.

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