El Día del
Padre, supusimos que vendría. Hacía trece años que no lo veíamos. Lo llamamos
por teléfono y lo invitamos para que viniera. Dijo que sí, atendió él, no la
bruja de su mujer. Teníamos todo listo, preparamos la comida que antes fue su
predilecta.
Lo esperamos
hasta las 2 de la mañana. Pero no vino. Nos mandó un mail que decía: “Estuve
complicado, ¿por qué no se vienen para acá?”
Fue tácito, no
le contestamos nada. Dimos vuelta su retrato de joven, ninguna quiso comer. Nos
fuimos a pasear al jardín, las cuatro del brazo. Encontramos el árbol que había
plantado mi Padre. Hacía frío, nos refugiamos en distintos lugares del árbol.
Era un ombú calentito, nos hizo dormir con él. En cada rincón del ombú, estaban
gubiados nuestros nombres.
Cayó una neblina
espesa que no nos dejaba descubrir dónde estaba el camino a casa. Vimos un
hombre que parecía acercarse o alejarse, dubitaba y eligió acercarse. Las
chicas nos juntamos formando una barrera.
—Sabemos que sos
Papá, quedate donde estás.
Él no hizo caso
y ahí estaba. En su vida se había producido algo insólito, estúpido, pero
extraordinariamente hermoso y agradable.

No hay comentarios:
Publicar un comentario