Le decían cuello
de cisne. Daba miedo que se quebrara. La invitó a salir para ver una película
cualquiera. Los que estaban mirando le pedían que bajara la cabeza, ella se
apoyó en su hombro izquierdo, pesaba mucho. La cabeza era grande y el cuello un
defecto de nacimiento.
Tenía una pierna
más larga que la otra.
—Si tenés la
pierna así, ¿por qué no usás bastón?
Ella le contestó
que para eso usaba el brazo de él. Comenzaron a salir todos los días, pero se
convirtió en un trabajo. Siempre se caía y la tenía que levantar. Caminaba para
un lado y miraba para otro. El día que fueron a un restorán, sumergió la cabeza
en la sopa. Tuvo que deshacerle el nudo del cuello, de tan delgado no lo podía
mantener erguido y al final se le quebró.
Era una mujer
perseguida por la fatalidad. Llevaba su cuello rodeado de palos de escoba,
siendo él muy hábil encontró esa solución. Rodeó los palos con cien pañuelos de
seda. La cabeza le quedaba dolorida, su cuello no pudo sostenerse y se partió
por sí mismo.
Él comenzó a
tomarle inquina y le daban ganas de serrucharle las piernas. Ella se alegró,
por fin había encontrado una mano que la tocara, con una sierra eléctrica.
Siguió con los dedos de los pies y de las manos, lo demás lo hizo con una
tijera filosa. Le cortó las orejas y las tetas caídas también. Después siguió
con la nariz, le dio asco porque estaba llena de mocos. Cuando llegó al sexo,
se entusiasmó e hizo uso. Después le cerró el agujero con una aguja de coser,
le pareció adecuado usar el punto cruz. Ella no podía sonreír porque también le
costuró la boca para no tener que escucharla decir tantas, tantas cisnadas.
Ya no está con
él, la extraña tanto que va a la laguna de Monte, para ver los cisnes y admirar
aquellos cuellos.

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