viernes, 4 de junio de 2021

DISECCIÓN

 

   Le decían cuello de cisne. Daba miedo que se quebrara. La invitó a salir para ver una película cualquiera. Los que estaban mirando le pedían que bajara la cabeza, ella se apoyó en su hombro izquierdo, pesaba mucho. La cabeza era grande y el cuello un defecto de nacimiento.

   Tenía una pierna más larga que la otra.

   —Si tenés la pierna así, ¿por qué no usás bastón?

   Ella le contestó que para eso usaba el brazo de él. Comenzaron a salir todos los días, pero se convirtió en un trabajo. Siempre se caía y la tenía que levantar. Caminaba para un lado y miraba para otro. El día que fueron a un restorán, sumergió la cabeza en la sopa. Tuvo que deshacerle el nudo del cuello, de tan delgado no lo podía mantener erguido y al final se le quebró.

   Era una mujer perseguida por la fatalidad. Llevaba su cuello rodeado de palos de escoba, siendo él muy hábil encontró esa solución. Rodeó los palos con cien pañuelos de seda. La cabeza le quedaba dolorida, su cuello no pudo sostenerse y se partió por sí mismo.

   Él comenzó a tomarle inquina y le daban ganas de serrucharle las piernas. Ella se alegró, por fin había encontrado una mano que la tocara, con una sierra eléctrica. Siguió con los dedos de los pies y de las manos, lo demás lo hizo con una tijera filosa. Le cortó las orejas y las tetas caídas también. Después siguió con la nariz, le dio asco porque estaba llena de mocos. Cuando llegó al sexo, se entusiasmó e hizo uso. Después le cerró el agujero con una aguja de coser, le pareció adecuado usar el punto cruz. Ella no podía sonreír porque también le costuró la boca para no tener que escucharla decir tantas, tantas cisnadas.

   Ya no está con él, la extraña tanto que va a la laguna de Monte, para ver los cisnes y admirar aquellos cuellos.

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