Eligió una
diligencia con seis caballos percherones, que perteneció a los Chanchorena.
Llegó a la Ciudad de las Diagonales, le resultó tan ajena que se perdió. Entró
en un Burdel mistongo y apreció todas las mujeres luciendo escotes generosos,
repatingadas en diferentes salones. Pasó cuatro noches, hizo uso de todas
ellas. En un rincón iluminado con luz de luna y un candelabro de cinco velas,
apuntaban a una mujer joven, casi menor de edad. Se descubrieron al mismo
tiempo. Ella tenía ojos de sirena que miraron el abdomen prominente de
Gerineldo.
Sabrina era su
nombre, virgen y recatada. Él la invitó a dar un paseo por un jardín versallesco,
no le tocó ni un pelo, tuvo ganas de recorrer su cuerpo y Sabrina le ganó de
mano. Fue todo un privilegio, la joven tan joven montada sobre su panza y
jugando al caballito. Gerineldo se enamoró como Romeo de Julieta. Cuando gastó
todo el dinero que había llevado, la invitó a su casona.
—Les traigo un
regalo que vino de la Ciudad—dijo Gerineldo observando las caras descompuestas
de las tres mujeres.
Les dio celos a
todas, aquella presencia con cuerpo de niña y ojos de sirena encantada. Él le
preparó un aposento, el más pequeño de todos y el más aislado.
Sabrina dormía
con Gerineldo todas las noches. La joven se sintió en deuda con las tres y se
ofreció para todo servicio. María le pidió que se hiciera cargo de las
bacinillas, repletas de la noche anterior.
—Está bien, lo
haré, aunque no me parezca muy refinado arrojar sus orines, así haga uso de
guantes quirúrgicos, algo salpicará.
Pirola la tomó de
Niñera, para su bebé de un mes. Le ordenó bañarlo, cambiarle los pañales y
alimentarlo.
—Señora Pirola,
¿por qué no le da leche de sus pechos?
Contestó Pirola:
—¡Ni loca!
Deformaría mis tetas perfectas. Acá tenemos cabras que reemplazan su alimento.
De noche llora mucho, deberás llevarlo en tus brazos y hamacarlo suave, con
golpecitos en la espalda, cantándole nanas. Cuando eso suceda, te lo dejaré a
las puertas de mi dormitorio.
A Sabrina le
pareció mala y engrupida.
—Tengo derecho a
dormir con Gerineldo, alguna vez me toca a mí, ¿o no?—dijo Pirola.
A la Profesorda
de Literadura, no le hizo mella, se notaba que los hombres no eran de su
interés.
Una mañana se
hizo presente el Juez de Menores y pidió hablar con Gerineldo, que se dedicaba
a colocarle acrow a la casona, para prever que no se derrumbara y en eso estaba
cuando se escondió entre los matorrales.
Nota de la
Autora: Continuará.

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