viernes, 11 de junio de 2021

SOBRINO VI° Parte

 

   Eligió una diligencia con seis caballos percherones, que perteneció a los Chanchorena. Llegó a la Ciudad de las Diagonales, le resultó tan ajena que se perdió. Entró en un Burdel mistongo y apreció todas las mujeres luciendo escotes generosos, repatingadas en diferentes salones. Pasó cuatro noches, hizo uso de todas ellas. En un rincón iluminado con luz de luna y un candelabro de cinco velas, apuntaban a una mujer joven, casi menor de edad. Se descubrieron al mismo tiempo. Ella tenía ojos de sirena que miraron el abdomen prominente de Gerineldo.

   Sabrina era su nombre, virgen y recatada. Él la invitó a dar un paseo por un jardín versallesco, no le tocó ni un pelo, tuvo ganas de recorrer su cuerpo y Sabrina le ganó de mano. Fue todo un privilegio, la joven tan joven montada sobre su panza y jugando al caballito. Gerineldo se enamoró como Romeo de Julieta. Cuando gastó todo el dinero que había llevado, la invitó a su casona.

   —Les traigo un regalo que vino de la Ciudad—dijo Gerineldo observando las caras descompuestas de las tres mujeres.

   Les dio celos a todas, aquella presencia con cuerpo de niña y ojos de sirena encantada. Él le preparó un aposento, el más pequeño de todos y el más aislado.

   Sabrina dormía con Gerineldo todas las noches. La joven se sintió en deuda con las tres y se ofreció para todo servicio. María le pidió que se hiciera cargo de las bacinillas, repletas de la noche anterior.

   —Está bien, lo haré, aunque no me parezca muy refinado arrojar sus orines, así haga uso de guantes quirúrgicos, algo salpicará.

  Pirola la tomó de Niñera, para su bebé de un mes. Le ordenó bañarlo, cambiarle los pañales y alimentarlo.

   —Señora Pirola, ¿por qué no le da leche de sus pechos?

   Contestó Pirola:

   —¡Ni loca! Deformaría mis tetas perfectas. Acá tenemos cabras que reemplazan su alimento. De noche llora mucho, deberás llevarlo en tus brazos y hamacarlo suave, con golpecitos en la espalda, cantándole nanas. Cuando eso suceda, te lo dejaré a las puertas de mi dormitorio.

   A Sabrina le pareció mala y engrupida.

   —Tengo derecho a dormir con Gerineldo, alguna vez me toca a mí, ¿o no?—dijo Pirola.

    A la Profesorda de Literadura, no le hizo mella, se notaba que los hombres no eran de su interés.

   Una mañana se hizo presente el Juez de Menores y pidió hablar con Gerineldo, que se dedicaba a colocarle acrow a la casona, para prever que no se derrumbara y en eso estaba cuando se escondió entre los matorrales.

   Nota de la Autora: Continuará.

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