El sobrino de
Catalina Chanchorena, heredó la casa. Alisó el frontón para ponerle su propio
nombre: GERINELDO. Se casó con una chica llamada Peteira Pirola, se hacía
llamar por su apellido, Pirola. El nombre Peteira le parecía muy largo y tenía
el olor de una oficina donde tanto practicó el peteirismo.
Gerineldo
encontró a María en la puerta de su casa, llevaba un niño en brazos.
—¡Qué suerte que
te casaste, María! Y tuviste un hijo.
—Qué está
diciendo, no tengo Marido y este niño fue un regalo suyo.
Pirola escuchó
todo. Se dirigió a María:
—Yo no puedo
tener hijos. Lo menos que podés hacer, después de haberte acostado con mi
Marido, es regalarme ese niño.
Pirola se lo
arrebató de los brazos.
—Mirá,
Gerinaldo, el pequeño es tu vivo retrato. Nadie dudaría que somos un matrimonio
con un hijo.
María habló con
voz serena:
—No sé si
ustedes asistieron a la lectura de los herederos, ordenados por Catalina
Chanchorena, sólo la mitad de esta casa es suya, el resto está habilitada para
mi biblioteca de 22.000 libros. Aquí vienen a estudiar los chicos de las
Escuelas Rurales de la zona. Le exijo, Doña Pirola, que devuelva mi criatura.
María levantó
con sus manos una escopeta de dos caños, previo esconder a su hijo en un ropero.
Ante el peligro de morir a balazos, corrieron hacia el auto. María les gatilló
las cuatro ruedas, derraparon y dieron cuatro vueltas en el aire.
Nota de la Autora: Continuará.

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