jueves, 15 de agosto de 2019

TRENES



   Hasta hace poco tiempo yo sólo escribía para tirar o perder. Tenía una casita en el fondo, en un tiempo fue silenciosa, hasta que pusieron las vías del tren, que le pasaba por al lado. Temblaba el piso, el techo y las paredes también. Pero, entre mi casa, con esa mujer vanidosa prendida frente al espejo o la televisión, exigiendo más que pidiendo, que le comprara un vestido haciendo juego con los zapatos, también un tapadito con piel, una bikini dorada y una vajilla nueva, para agasajar personas frívolas, sin corazón ni destino que no fuera el dinero.
   Me fui alejando de a poco. Cruzando el jardín estaba ella, en un tiempo se guardaban cosas en desuso, ropa apolillada, sillas sin una pata, libros antiguos llenos de tierra, hasta que un día decidí tirar todo lo inservible, menos los libros que limpié hoja por hoja.
   Con tres tablones resolví una biblioteca interesante. Reparé un escritorio y una silla calesita, que ni sé a quién perteneció. Pasaba el día leyendo libros viejos de mi Abuelo y los comprados por mí, desde lo quince hasta ahora. Sentí el impulso de comenzar a escribir, ya no era para tirar o perder. Ahora me daban ganas de volcar en el papel, historias inventadas de la familia que no tuve, más los padres que no conocí.
    De lugares del mundo que despertaban en mí pasiones desconocidas, los personajes se enamoraban y solían ser malvados y perversos. Las mujeres de la calle, las transformaba en mariposas puras y nobles. Personas que me hablaban despacito hasta olvidar el sonido del paso del tren, que tiraba para abajo cualquier caricia sutil, en discusiones gritadas y otro tipo de agresiones. Tenía mis historias ordenadas en carpetas, por fechas y temáticas.
   —Por favor, Nico, hoy viene gente importante. Quiero que estés a comer, bien atildado y todas esas pavadas que vos decís que yo exijo. Hay un Editor importante, yo le hablé de vos y tus ausencias de escritor.
   Le hice caso, lo conocí al importante, me pareció un tipo que hablaba de memoria. Había sustraído dos carpetas de mi escritorio. Mi mujer seguro le señaló, a lo mejor era su amante. No me importó ni me importa.
   A la semana me llamó el Editor, para mi conocimiento de publicar las dos carpetas. Le pregunté —Sin ninguna corrección y si va bien, dos ediciones?
   El tipo contestó titubeando y dijo: —Desde luego, Nico, no hace falta nada, vení por aquí y firmás los papeles. Charlamos un poco del libro y tomamos un champancito, para festejar.
   Era más idiota que mi mujer, eso es un montón.
   Armé la mochila con cuadernos en blanco y las puras biromes, uniball signo 07. Presiento el sonido, preferiría no tener que comenzar mi viaje aquí, en los baldíos que rodean la Estación.

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