martes, 6 de agosto de 2019

COMPLACER



   La Srta Bibi era la primera en llegar a la Fábrica. El Jefe era fanático de la puntualidad. El marido tardaba un poco más, se levantaba de mal humor y eso le prohibía el saludo tribal del “Buenos Días”.
   Al Jefe lo indignaba la tardanza, de apenas cinco minutos y que pasara a su lado sin saludar. Cuando entraba en el hangar, parecían hacer cien años que no la veía, caminaba a su encuentro, le daba un beso profundo mientras le tenía el trasero. El Jefe, desde lo alto, miraba la boca de esa mujer y cómo el descarado la tomaba del trasero. Los compañeros más acostumbrados que respetuosos, ni reparaban en la escena. Bibi le llevaba café al Jefe, para tenerlo contento y al marido también, él sumergido en el cuero, ni las gracias le daba. Ella no hacía diferencias, para que la gente no hablara de lo que hablaba.
   Los repartos los hacía el marido y en cuanto él salía, el Jefe llamaba a la Srta Bibi, para hacer un alto en el trabajo y charlar un ratito acerca de las ventas. Bajaba las cortinas y le miraba las piernas y la boca, que hablaba de números. Según sus bajos instintos, parecía pedir que la besaran.
   Cuando estaba por llegar el marido y el camión, el Jefe le decía con voz de seductor marica: 
—Vaya, vaya Srta Bibi, ha llegado su marido, salúdense como acostumbran a saludarse, con un piquito en la boca y…y…ese amor apasionado.
   Él la miraba de atrás cuando se iba, las manos se le atenazaban de las ganas de amasarla.
   —Me parece que el guarro del Jefe, te tiene ganas y lo quiere esconder, pero a mí me gustaría pegarle un cachetazo y que le dé vuelta la cabeza cinco veces por el impulso y se muera asfixiado.
   Bibi se asustó del Otelo, que ella ni cuenta se daba. Una mañana urdió un plan para que hubiera equilibrio. Se sabe que no hay cosa que caliente más que trabajar a diario, en el mismo sitio. Bibi llegó  una hora antes, el Jefe la llamó previo a que ella firmara. La tomó de una mano y la hizo pasar a la Oficina. Bajó todas las cortinas. La empujó en un sillón con dobleces y mientras le ubicó la boca dentro de la suya. Bibi estaba preparada, porque debajo no tenía nada y el Jefe la embistió con una algo sorprendente y cayeron tantos regalos, que no escucharon la llegada de la gente.
   El marido de Bibi  corrió a darle un beso profundo, mientras le tenía el trasero y lo dijo de corrido, para quien quisiera escuchar, escuchara.
   —¡Rajá de acá, perra inmunda!, tenés un olor a usado, que muestra bien a las claras que el Jefe no se baña en la puta vida.
   No quedó más nada para decir, había mucha boca abierta. 

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