La Srta Bibi era
la primera en llegar a la Fábrica. El Jefe era fanático de la puntualidad. El
marido tardaba un poco más, se levantaba de mal humor y eso le prohibía el
saludo tribal del “Buenos Días”.
Al Jefe lo
indignaba la tardanza, de apenas cinco minutos y que pasara a su lado sin
saludar. Cuando entraba en el hangar, parecían hacer cien años que no la veía,
caminaba a su encuentro, le daba un beso profundo mientras le tenía el trasero.
El Jefe, desde lo alto, miraba la boca de esa mujer y cómo el descarado la
tomaba del trasero. Los compañeros más acostumbrados que respetuosos, ni
reparaban en la escena. Bibi le llevaba café al Jefe, para tenerlo contento y
al marido también, él sumergido en el cuero, ni las gracias le daba. Ella no
hacía diferencias, para que la gente no hablara de lo que hablaba.
Los repartos los
hacía el marido y en cuanto él salía, el Jefe llamaba a la Srta Bibi, para
hacer un alto en el trabajo y charlar un ratito acerca de las ventas. Bajaba
las cortinas y le miraba las piernas y la boca, que hablaba de números. Según
sus bajos instintos, parecía pedir que la besaran.
Cuando estaba
por llegar el marido y el camión, el Jefe le decía con voz de seductor marica:
—Vaya,
vaya Srta Bibi, ha llegado su marido, salúdense como acostumbran a saludarse,
con un piquito en la boca y…y…ese amor apasionado.
Él la miraba de
atrás cuando se iba, las manos se le atenazaban de las ganas de amasarla.
—Me parece que
el guarro del Jefe, te tiene ganas y lo quiere esconder, pero a mí me gustaría
pegarle un cachetazo y que le dé vuelta la cabeza cinco veces por el impulso y
se muera asfixiado.
Bibi se asustó del
Otelo, que ella ni cuenta se daba. Una mañana urdió un plan para que hubiera
equilibrio. Se sabe que no hay cosa que caliente más que trabajar a diario, en
el mismo sitio. Bibi llegó una hora
antes, el Jefe la llamó previo a que ella firmara. La tomó de una mano y la
hizo pasar a la Oficina. Bajó todas las cortinas. La empujó en un sillón con
dobleces y mientras le ubicó la boca dentro de la suya. Bibi estaba preparada, porque
debajo no tenía nada y el Jefe la embistió con una algo sorprendente y cayeron
tantos regalos, que no escucharon la llegada de la gente.
El marido de
Bibi corrió a darle un beso profundo,
mientras le tenía el trasero y lo dijo de corrido, para quien quisiera
escuchar, escuchara.
—¡Rajá de acá,
perra inmunda!, tenés un olor a usado, que muestra bien a las claras que el Jefe
no se baña en la puta vida.
No quedó más
nada para decir, había mucha boca abierta.

No hay comentarios:
Publicar un comentario