No sé por qué
los personajes son siempre él y la ella, sus nombres no existen. Los cuentos
tienen principio, medio y final, en todas las ocasiones. Si quiero cambiar el
principio por el final, el medio queda huérfano como diciendo ¿yo dónde voy?
Mis amigos
solidarios me generan algunas ficciones, reales, si abrís una canilla, sale
agua, si no hay algún corte imprevisto, en las personas es igual, se corta y
deja de fluir hasta que llega el sodero y les ayuda a destrabar. Ella siente un
gran alivio y lo corre hasta el camión. El tipo, no quiere saber nada, ya le
hizo un buen trabajo. Llegó justo el marido que estacionó atrás del sodero. La
mina dudó de ella, olvidó que estaba casada con el gordo barrigón. Hacía tiempo
que el gordinflón lo usaba en algún otro lado y ella quedó tapada, por más
fuerza que hiciera no le salía nada. Todo mal, casi se muere, pero el hijo del
Sodero tuvo piedad y con la sopapa del baño le creó un alivio inmediato.
—No le cuentes
por favor a ninguna de mis vecinas, o todas empezarán a decir que me encuentro
mal servida. Yo me acostumbré a que nunca pasara nada, sobre todo con el
gordinflón, un oprobio si lo hubiese permitido. Pero con vos no sé qué me pasa,
si estuvieras afin, pasamos a la otra pieza. Es correcto como procedas, viste
que ahora cualquier cosa está de moda y me podés reciclar. El dinero que ahorré
para un viaje, me lo gasto todo en vos, ya imagino que si no pago, recibo lo
que recibo. No me imagino pagando. Dejá que abandone la birome, porque de este
cuento inocente, la pornografía está presente del brazo del disparate.
Cuando era chica
contaba cosas a mis Padres, Tíos, Abuelos, hablaba todo el tiempo y sólo me
detenía cuando el oyente se iba, diciendo: —¡Pará por favor de hablar y decir
más disparates!
Ahora que lo
recuerdo, tenía ganas de disparar, de irme de esta familia nuclear burguesa, lo
más aburrido que hay. De grande seguí hablándome todo, hasta mi primer
Analista, se dormía cuando le hablaba. Cuando me daba cuenta, me iba de la
sesión y no le pagaba nada.
Cambiaba de
Analista dos o tres veces por año y con todos era igual, se dormían antes del
final. Después me llamaban sin disculparse, para abonar lo que debía. Yo les
contestaba: —No le puedo abonar, porque me estoy durmiendo y quién sabe cuándo
despertaré.
Gasté mis
energías en muchas cosas más, que no pienso relatar, porque esto no es una
autobiografía. Ahora se me dio por escribir, igual tengo los diarios de mi
infancia, que también fueron escritos con denuncias familiares o descripciones
de los viajes o cómo robaban en casa, las chicas de la limpieza.
No voy a empezar
con el conflicto principio, medio y final. Empezar con un cuento que salió de
la nada y boyando descubrí. Jamás voy a dejar de ser una niña, ni aunque tenga
setenta o ciento dos. Una cosa que me olvidé de escribir, la realidad de los
sin techo, eso es pornografía.

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