Se escucha ese
timbre con tres notas musicales, el lavarropas tiene cuatro, pero sabés que
cuando lo abrís hay ropa. Recién salgo del baño, no tengo la bata, pero la tohalla
es grande. Voy a ver quién es, para eso está la pantalla. Me parece conocerlo
de la cola del Teatro, es buenmocísimo y tiene cara de santo. Hay que jugarse,
tanta alarma y tanto miedo, para no disfrutar de nada.
Lo dejo pasar,
le pido perdón por mi aspecto, ni pregunté su nombre ni a qué debía su visita.
—Sentate
en el couch, que es yanqui y verás lo cómodo. Si me das un minuto, me visto y
hablamos después.
Tiene una
sonrisa que le entorna los ojos, divino total. Tengo que disimular, sino va a
creer que soy cualquier cosa. El vestido me ajusta donde debe y me deja
respirar, el pelo lo dejo así, aunque lo peinase hace lo que quiere. En tres
minutos estaba sentada frente a él. Olvidé ponerme zapatos.
—Bueno, contame de
vos y a qué viniste, me intriga.
Él miraba el
cuadro que tenía enfrente y parecía suspendido.
—Debí haber
llamado antes, pero no pude resistir, tu amigo de la cola del Teatro me dio la
dirección. Pensaba mirar el río desde la plaza redonda, daba tanto sol en tu
ventana, que me dejó ciego.
Le serví un café
y otro para mí. —Lo hacés mejor que en el Bar más concheto de esta zona, merci
Mademoiselle.
Le contesté con
un gesto seductor, pero no de putita alzada, no quise que pensara y por pensar
por el otro, siempre me quedo stand by. Mientras el sol me daba en la espalda,
de pronto se puso de pie, le calculé 1,90, me gustan los tipos altos. Con mucha
ligereza tomó el cuadro de Petorutti, me guiñó un ojo y se fue. Lo esperaba una
rubia en un auto descapotado, el tipo subió corriendo con el cuadrito en la
mano.
Le grité que
estaba firmado y dedicado, le iban a dar dos mangos por una obra de arte. No sé
para qué me molesté, si no me escuchó más nada, le metieron acelerador a fondo.
Llamé a la Policía,
diciendo que un tipo forzó la puerta con cara de delincuente y robó un cuadro
valioso como para comprar un Maxi Cooper. A los cinco minutos se presentó un
Oficial tan buenmozo, que me fui a poner tacos altos y un touch de pintura en
la boca. Todo delante de él, que desviaba los ojos de mis piernas y parecía
temerle al trasero. Le preparé un bloody mary y le inventé hasta lastimaduras
que no tenía mi cuerpo. El uniforme lo hacía pintón. Me senté en el couch junto
a él y le agradecí su llegada inmediata.
Cuando se fue y
le firmé mi declaración, le di un beso ambiguo, de esos que son medio en la
mejilla y la otra mitad en la boca.

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