jueves, 8 de agosto de 2019

LA PAZ



   —Si me das tus documentos yo los voy a guardar, están más seguros conmigo. Cuando te ven piel oscura con cara de boliviana, el dinero que le mandás a tu familia, lo pueden robar, dejá mejor que yo te lo deposite. Amparo, cuanto más hagas, más dinero recibirás. Días libres no podrás tener, voy a necesitarte todos los días. Acá el trajín no tiene principio ni fin. Debes estar atenta con mis hijos, cuando te vean les va a dar ganas de abusar y Uds, que no saben decir que no, permitirán lo que sea. Por favor, Amparito, no lo hagas aunque te rueguen, les podés transmitir enfermedades que seguro portás de Bolivia.
   Me mira con cara de perro faldero, la sumisión es algo que no me gusta, pero si es bueno para hacer lo que mande.
   —¿Cómo le tengo que llamar? ¿Sra Silvia, o con lo de Silvia está bien? ¿Hago sonar la campanita que me dio?
   Es muy chica, Amparo, pero así era mejor me dijeron, para amaestrarla y que no se vaya en un descuido.
   —Si no hay visitas me llamás Sra Silvia y si las hubiere, toco la campanita y venís enseguida. Yo te doy un uniforme, que debe permanecer siempre planchado y limpio, unas zapatillas blancas y te me hacés un rodete bien tirante, como una hindú en miniatura y no como una chinita que me regaló no sé quién.
   Esa noche tuve miedo, pasó el hijo más chico y casi da un paso hacia adentro. Le cerré la puerta con doble llave. Llegó el Señorito y golpeó en mi puerta: —Ya sé que estás despierta, no te preocupés, no necesito de tus servicios, siempre dudé de los bolitas y su higiene personal.
   A las cinco llegó el Señor y abrió la puerta con llaves que él tenía.
   —¿Así que vos sos la nueva? Cerrá los ojos y no mires, para mí sos como un retrete, me dan ganas y hago uso.
   Le rogué a Dios no sentir nada, pero me dolió y contuve el grito. Por suerte tenía algodón y al día siguiente lo metí entre la leña, encendí antes que nadie se levantara.
   Hacía toda la tarea que el día entero me llevaba, eran tres pisos, siete dormitorios, cuatro baños y el comedor. Yo creo que mi pueblito entero cabría en esta casa. Cuando me sentaba un minuto para tomar un poco de aire, se sentía el ring de la Sra Silvia, pidiendo un té con tetera, llegó su mejor amiga, la Srta Victoria. Yo no quería escuchar, por educación, pero ellas hablaban alto.  
   —Mirá, Silvia, me enteré por Nené, después por Pola y más tarde por Chichita, tu marido y tu hijo, el mayor, son amantes transitorios de todas ellas y sus Sirvientas. Yo te advertí que no era hombre de fiar, desde antes del casamiento.
    Escuché el llanto de la Sra Silvia, me pareció medio hipócrita, porque desde que estoy aquí duermen en piezas separadas y ni palabra se cruzan.
   —Mañana mismo lo echo, Victoria, debo salvar el nombre de esta familia.
   El Señor se fue ese mismo día. La Señora lloraba y lloraba y cada tanto decía: —Los chicos se fueron a Buenos Aires y vivo acá yo solita, con Amparo que será una pobre chica, pero además de hacer todo me acompaña y me cepilla el pelo, elogia mi entereza y me prepara diez pañuelos blancos por día, para que llore lo que yo quiera.
   —Sra Silvia, si me da usted un tiempecito, le voy a decir lo que me pasa.
   La mujer asintió con una sonrisa.
   —Estoy en estado interesante, Ud no lo notó porque su llanto no le permitió ver más que los abandonos, pero en dos meses, Señora Silvia, será Abuela, lo que llevo en mi panza es su nieto. Hijo del Señorito, que un día se confundió pensando que era su novia.
   La mujer de inmediato le dijo: —Te lo compro, Amparito, diremos que yo soy la madre, le mando dinero a los tuyos para que compren una casa y lo que se les ocurra.
   Amparito se tomó de la panza. —Pero Sra Silvia, es lo único que es mío y ya lo amo como si hubiera nacido.
   La Sra Silvia le dijo que si no le daba aquel niño, ella se suicidaba. Amparito la abrazó y le dio permiso para decirles a su gente y a todas sus amigas, que era la madre de ese bebé.
   —Le pido Señora, que me deje darle la teta y dormir en una cuna, que si usted lo permite, estará en medio de nuestras camas.
   Por primera vez la Señora Silvia, dejó de llorar y durmió como si fuera una almohada, sobre la panza de Amparo. Tal vez fue la providencia, el bebé salió blanquito y con ojitos celestes y el pelo era rojo como el sol del amanecer.

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